Por fin alcanzo el grado de alerta que se presupone, el mínimo exigible para vestirme con la ropa opaca, esa que tapa lo que nunca se quieres mostrar. Ya me encuentro capacitada para colocar la taza transparente en la cafetera humeante, gran logro, sólo necesito que ese oro marrón despeje la otra mitad de mi existencia. Me gusta como huele cuando está recién hecho, el calor que desprende, el ruido del baile de la cucharilla, necesito su sabor.
El resto del día, mucha prisa, mi música, un poco de baile, los " tu no sabes cuanto te quiero" de mi niño, un poco de maquillaje que tapa lo que no quiero ver, mis dos motivos rondándome, las miradas cómplices en la comida, las tardes de "hoy me la dedico" y de "otro día será", los recados siempre olvidados, el paseo nunca completado... y así hora tras hora, hasta que la luz vuelve a decrecer, hasta olvidarse del todo, y tus ojos aún no tienen sueño. Y el día ha pasado, otro más de tu vida, y no hay nada nuevo, nada que te saque de la rutina de ver pasar las horas en tu reloj de pulsera. Bueno, no siempre es así, el próximo día trabajo, bendita rutina de un nuevo día tontamente perdido.Y otro día sin pasar nada...
Buena noche.
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