jueves, 24 de febrero de 2022

BARNIZ DE POLIURETANO

 Cuando pierdes a alguien muy importante en tu vida, es frecuente que muchos crean que te has vuelto loca, que"estás fatal de la cabeza". Yo, como siempre y por llevarles la contraria, no lo tengo tan claro. Me declaro atea redomada, no creo en la resurrección, ni en un cielo tangible en el que voy a encontrar a los míos. No creo en un más allá, ni en un más aquí, si tal, en un hasta siempre, quizás. Creo que toda pérdida necesita ser procesada de la forma en la que cada uno decida, y la mía me está costando, lo reconozco. No hablaré de pena, ya que sólo me genera pena y más pena. Y claro, esto debes ocultarlo porque si no lo haces los tuyos sufren por tí y te dan sermones de cómo debes de tomarte lo sucedido, te repiten que no pienses más en el cómo, que ya han pasado siete meses, para ellos suficiente tiempo para que vuelvas a reírte a carcajadas, que te cojas una "moña", que la vida hay que vivirla y no mirar hacia atrás. UNA MIERDA, así de textual. Han pasado siete meses en los que no hubo ni un solo día en el que no lo haya tenido presente de alguna forma: si escucho música encuentro su canción, si veo algo rosa me acuerdo que él odiaba ese color, si pienso en coger un tren lo imagino sentado en el vagón, si escucho su nombre me giro para ver quién se llama como él, si llueve me acuerdo de lo que le gustaba mojarse, si hace frío lo veo tiritando, si lloro, si lloro, no lo encuentro...

Hace unos días, en un intento de distraerme, decidí volver a mis manualidades. Me di una vuelta por casa para buscar aquellas pequeñas cosas que fui dejando atrás, aquellos desarreglos que me permitían vivir sin darles la menor importancia. Hice una lista de "entretenimientos" para los siguientes días y anoté todo el material que necesitaba. Me fui a varios centros de bricolaje, de esos en los que la gente lleva carros que parecen autobuses y cargan en ellos las vigas del nuevo edificio que tienen en mente. Es alucinante, estanterías hasta el techo de lo inimaginable, todos acompañados de la parienta y sus hijos chillones subidos a las vigas, que tienes que esquivar con la ligereza que yo ya no tengo. Después de hacer cincuenta pases toreros, pienso que si pruebo con un hula-hop sería capaz de mantenerlo dos vueltas en la cintura gracias a este tipo de centros, y sin gimnasio.  Claro que, como mi paciencia está muy al límite, fui directamente a la estantería de los barnices y me puse a buscar en todas las latas la palabra clave: POLIURETANO. Yo que soy muy aficionada al youtube-bricolaje, tenía muy claro que la mezcla que necesitaba llevaba barniz de poliuretano, catalizador y un chorrillo de disolvente , todo a ojo, muy profesional. Me acerqué a un dependiente que estaba explicándole a dos chicos como se aplicaba un barniz en spray (saben echarse espumas, lacas, ceras en peinados imposibles y no saben cómo funciona un spray; el mundo se acaba), y le pregunté orgullosa de mi "sabiduría" dónde podía encontrar el barniz de poliuretano. "Para madera", me dijo. Yo abrí los ojos como platos y le dije: "nooo, por dios, para metal, para rehabilitar unas manillas". El dependiente me miró como si le hubiese pedido un bocadillo de calamares y me respondió que ese barniz no era para metales, que por su dureza se utilizaba para barnizar suelos. Pude decirle vale, pero me pidió el cuerpo decirle que claro, que por su dureza se utilizaba en las manillas, para que no se estropeen con el uso. No sé de dónde saqué esa respuesta tan ágil, pero con la misma, le di las gracias y salí de allí saltando vigas para que no me preguntara quién me había recomendado esa técnica. Volví a casa sin nada de lo que había anotado en mi lista. Al día siguiente me propuse acudir al comercio local, éste no me fallaría. Primero fui a una tienda de bricolaje (más de ciudad pequeña, mis dominios) y directa a la sección de barnices sin parpadear. Allí me di cuenta de que me había dejado las gafas de cerca en casa (las de ver, en lenguaje de mi familia) y que no era posible encontrar la palabra poliuretano porque ya era imposible de por si leer ni una sola letra diminuta de aquellos botes. Y digo yo, si existen teléfonos con números grandes, por qué no hacen botes de barniz con letras grandes, no lo entiendo, de verdad. Me acerqué a un dependiente y le pedí el ansiado barniz. Nada, que no era mi día, me miró cómo si me hubiera metido con su madre y me repitió lo mismo que el del brico-viga. Otra vez decepcionada, hasta me llegué a cuestionar si "el youtubero" se había confundido con el material que yo necesitaba para restaurar mis manillas. Al salir recordé que muy cerca de allí había una tienda-ferretería-mueblería-pinturería-cocinería..., al que había ido en contadas ocasiones, no me preguntéis el por qué tan poco. Entré y eché una mirada al tendido, dependientes atendiendo a los clientes de forma personalizada, me gustó la idea. Esperé a que alguno acabara, cuando desde la caja oí un: !Hola, te puedo ayudar?. Ese timbre de voz me resultó tristemente parecido, no hace falta que explique el por qué...

Levanté la mirada y lo vi, os juro que su pelo, aquellos ojos, su voz..., qué escalofriante deja vu. Me volvió a repetir !hola!, primero ladeando su cabeza y después sonriendo. Hola, le dije mientras le devolvía la sonrisa tras la mascarilla: "quería barniz de politiano, politureano, polimetano,..". Cerré los ojos y me dije en silencio, "tranquila, sólo se parece, es una coincidencia, lo dirás bien, !!!!POLIURETANO!!!!". Con una sonrisa que se adivinaba tras la mascarilla, salió del mostrador y me llevó a la zona de pinturas. Yo caminaba detrás de él y os lo juro por mi vida, caminaba exactamente igual, esa forma de mover los brazos, su cuerpo delgado y alto, pensé que me estaba volviendo loca, un poco más. Me puso delante de la cara un bote de barniz de poliuretano para madera, le dije que lo quería para metal, y frunció las cejas como él solía hacerlo cuando se le llevaba la contraria. Se puso a leer las minúsculas letras del bote de barniz, cada letra, con tanta calma que se apoyó en una estantería y cruzó las piernas mientras una de sus manos sujetaba el bote y la otra la metía en el bolsillo. No me lo podía creer, era como un clon de él. Quería que siguiese leyendo todos los botes de barniz y pintura de aquella tienda, quería seguir mirándolo, quería seguir allí sin pestañear para no perderme ni un átomo de aquel chico. "No pone nada de aplicar sobre metal, sólo sobre madera, pero puedes llevar un barniz en spray, aunque no es de poliuretano". En ese momento le hubiese comprado una hormigonera con tal de que siguiera hablando conmigo un rato más, pero no tenían hormigoneras a la vista. Le di las gracias y estiró su brazo en forma de reverencia para dejarme pasar delante suya (el mismo gesto que hacía Juan siempre para dejarme pasar, no me lo podía creer). Salí de la tienda sonriente, mantuve la sonrisa hasta llegar a casa, hasta meterme en la ducha y ponerme a llorar con hipo mientras escurría mi espalda sobre los azulejos. Me quedé allí hasta que empecé a toser y ahogarme con el agua que salía de aquella ducha- catarata. 

Me quedé toda la noche pensando en aquel chico y las casualidades. No era él, pero era tan parecido, tenía tanto de él, me recordaba tanto ...

Prometí volver. Y volví otro día a comprar 100 tornillos, seguía sin haber hormigoneras a la vista. Y volví a llorar. Y después una campana extractora, y unas tijeras de podar... 

Él se va a hartar de verme, acabaré en un calabozo con una denuncia por acoso, pero yo no dejaré de llorar.

Buena noche.