lunes, 27 de enero de 2020

KOBE BRYANT

Hola Kobe, me imagino que te estarás preguntando quién te molesta en este momento tan triste, tan íntimo, tan doloroso para todos los que te conocían y giraban en torno a tu vida. Soy la madre de unos adolescentes que llevan tres horas tristes, dolidos, emocionados y con una silencio que me estremece el alma. Mi hijo pequeño ha cruzado la puerta de casa, y mientras charlaba por teléfono, me ha susurrado al oído que habías tenido un accidente de helicóptero. Aparté el auricular al ver su rostro de pena, de incredulidad, al reconocer el profundo dolor que necesitaba compartir, al sentir su tristeza. "Mamá, se ha muerto hace nada, hace una hora". Mi hijo mayor ha llegado unos minutos más tarde con la cara desencajada, pálida, " Ya lo sabes, ¿verdad?".
Yo no te hubiese reconocido entre las mil fotos que tienen mis hijos en la puerta del armario de su habitación, hubiese tenido que buscar tu nombre en la cara posterior de cada foto, pero ellos te señalaron a la primera, ahí abajo sonriendo y me dijeron, "éste es Kobe, ma".
Acabo de acostarlos, mi hijo pequeño me pidió que le echara una manta más gruesa esta noche, que sentía más frío que ayer. El mayor se apresuró a darme un beso de buenas noches para cerrar rapidamente los ojos, antes de que mi cara se alejara de la suya y percibiese sus incipientes lágrimas. Y sabes, Kobe, hoy mis hijos están tristes, se han acostado con el cuerpo descompuesto, sin la risa acostumbrada de cada noche y los he echado de menos. Pero respeto su dolor, la pena del que pierde a alguien admirado, la soledad que dejan los ídolos que desaparecen en las vidas adolescentes, el frío distinto que sienten esta noche. Estoy segura de que en el momento en el que cierre la puerta de su habitación no dormirán, hablarán de tí y de lo que te ha pasado. Y yo haré que no les escucho, no les mandaré callar porque hoy necesitan hablar de tí. Quizás me acerque a su puerta, por si me necesitan, no sé...
Sé que no debería molestarte en este momento con esta conversación tan de madre, pero es que mis hijos me preocupan y me duelen, no por lo que puedan sentir, que es de lo más humano, sino porque te has ido hace unas horas y ellos ya te echan de menos, como millones de almas en este mismo momento. Si sé quién eres es por ellos, y porque has ocupado una parcela en sus vidas, en la que estoy segura permanecerás siempre, pero en mi papel de madre no puedo dejar de sentir en mi alma el lamento de los tuyos, el de tu familia, el de todos los que impregnaban tu vida de vida. Y he sentido la necesidad de escribirte como si te conociera, para decirte que mis dos chicos, mis dos motivos se acuestan hoy más tristes que ayer, y que por extensión también lo lamento , lamento vuestro último viaje, lamento el dolor de todos los tuyos. Y si más allá del azul del cielo hay un lugar lleno de paz , ojalá estéis allí, sin dolor, sin pena, sin llanto. Descansa en paz, Kobe.
 Buena noche.

miércoles, 8 de enero de 2020

SIN VOSOTRAS, MAS

Una larga lista, demasiado larga para estas horas, demasiado larga para tan pocos días. No sumaban treinta entre ambas vidas, no sumaban ni tan siquiera una vida. Y otra vez un lobo feroz las arañó hasta romper en trizas sus cuerpos, hasta más allá de dónde duele el dolor más agudo, hasta dónde la hiriente desesperación de unos padres deben ver a sus dos amores yertos sin razón lógica que justifique un acto tan inhumano.
Una madrugada maldita, una decisión meditada en la que una mujer valiente quiere empezar otra vida distinta, tan justa y tan merecida.  Una hora en la que los sueños deben jugar a cumplir ilusiones, un momento en el que las mantas tapan el miedo  y  destapan el cariño, cuándo la luz de la luna mantiene los párpados cerrados en cada sueño. En esa hora, la hiena blandió sus colmillos sobre sus vestidos de terciopelo, desmembró su futuro, encerró sus risas en un baúl rojo sangre, cerró el libro de sus vidas con un "hasta aquí os lo permito"... 
Otra vez las bolsas negras portadas por hombres oscuros que no articulan palabras, que se acostumbran a arrastrar camillas de muerte, de pena. Intento imaginarme cómo llegan a casa, me pregunto si abrazan a los suyos hasta casi la asfixia, si besan con la necesidad de decir que eso jamás les ocurrirá ellos, si se acercan a la habitación de sus hijos a prometer que jamás les pasará lo que nunca quisieron ver, una y otra vez.
No puedo olvidar a esa madre, a esa hija. No puedo evitar ser cómplice de su miedo y de su terror, no puedo dejar de ver el horror en sus ojos al perder la luz para siempre.  Mi condición de madre y de hija me hace sentir  náuseas ante tan perverso acto.
Me  gustaría creer que no habrá más llantos por la misma causa, que no habrá hueco en el noticiario para estas noticias, que las emisoras de radio sólo pondrán música de nuestra adolescencia, que el periódico hablará de agraciados en la lotería, de héroes que salvan vidas o de avances médicos en aquella enfermedad que tantas noches nos ha robado el sueño. Yo quería un mundo así, quería que esas dos víctimas tuvieran un regalo de reyes mágico, quería oír a esa pequeña reír al abrir sus deseos, quería que nada malo les hubiera pasado.  Pero eso no sería la vida real, sería una vida demasiado cuerda y coherente, la vida de un cuento de hadas, la vida que ellas merecieron tener y él no se lo permitió.
Ojalá te encierren en el pozo más profundo, que el aire te falte en cada minuto que te quede de vida, que el frío y la sombra sean tus eternos compañeros, que la niebla te ciegue todo lo bueno que hayas sentido, que las lágrimas te quemen cada vez que se deslicen por tu cara, que el corazón se te encoja hasta volverse una espina dura y punzante, que entonces se te clave perpendicular a tu vida, que tus manos se vuelvan cuchillos para que te corten en cada movimiento y sobre todo, y ante todo, que exista un infierno para tí.
Aplaudiré tu condena a prisión permanente revisable, ojalá te pudras en un hondo hueco, ojalá no salgas de él a la vida. 
Buena noche.