miércoles, 8 de marzo de 2023

ABRAZOS

Los abrazos sostenidos, aquellos que por momentos te vacían todo el aire de tu interior, los que juntan cuerpos con una descarada indecencia, aquellos que cierran los labios pero hablan por si solos. Soy muy de abrazar, sobre todo a la gente que me los saca de dentro, quizás cuando necesito decirle "pensé que me moría", "quizás no vuelva a tener otra oportunidad para dártelo", "quizás me importas más de lo que te hice creer". Pues bien, cuando existe un "aprecio mutuo unilateral" y se ponen excusas año tras año, de esas que parecen  una regurgitación, por sentido común acabo por tirar la toalla,y quizás tenga razón y no valga la pena insistir. Imagino que para esas personas se inventaron los tanatorios, para ese tipo de abrazo, mejor los cumplidos allí y no en mí. 

Hace un tiempo, en una reunión de  personas dispares, coincidimos cinco de ellas en una sobremesa en la que yo era la única desemparejada. Eso no influyó para que la comida fuera muy agradable, de charlas cruzadas, de sonrisas silenciosas y quizás de muecas que lo decían todo. Y llegaron las bebidas espirituosas, esas que potencian los sentimientos hasta una sinceridad larga en desvergüenza y rica en contenido, esa que hace que las palabras calen como la lluvia, revuelvan sentimientos e incluso hagan volar cuchillos cortantes e injustos.

Empezó él, no se encontraba bien, tenía la sensación de que lo preparado con tanta dedicación no estaba perfecto, o quizás realmente lo pensaba y necesitaba la aprobación con unos "aplausos vocalizados", no lo sé. Poco después de forma  sorpresiva se desmoronó, sus lágrimas caían al mantel como granizos, no pude evitar intentar borrarlas de su cara con mis manos. Tiempo de calma hasta que empezó a sonar una música nada acorde con la situación, demasiado intencionada, que provocó  que otro comensal comenzara un nuevo llanto, también lleno de emoción poco contenida desde el principio y liberada por desbordamiento más tarde. Nunca le había visto llorar y lo conozco de toda la vida, cosa que provocó en mí una amigable ternura. Provocó en mí una reacción en cadena, mis ojos se llenaron de lágrimas, de esas que quieres devolver al interior de los ojos para que no broten y evitar así que se hicieran públicas. No lo conseguí, tiré de las palmas de mis manos para secar lo inevitable. 

La conversación que siguió al momento fue perdiendo luz y ganando sombra, estaba cargada de muchos sentimientos distintos en un orden caótico; empezamos hablando de la falta de fe, de por qué no, de un " porque no me da la gana",un "no sabes lo que dices", de un "sé lo que digo porque yo lo he vivido", de "tienes que creer en algo más que en las personas", de un "no intentes convencerme", de una pérdida de lógica en su argumento, de un agotamiento emocional, de un seguir golpeando dónde me estaba haciendo daño, de un no creo porque lo que le ha pasado "al mío" me ha parecido muy injusto,..., hasta que tuvo una reacción de lo más estúpida al darse cuenta de que su perorata no conseguiría convencerme, pero siendo consciente de la dirección de los cuchillos que estaba lanzando y de cómo me los  clavaba con indiferencia. Entonces se levantó de la silla con desaire, la apartó a un lado y se puso a bailar sevillanas, como si allí no hubiera pasado nada, como si la ofensa "al mío", "al que ya la tierra le es leve", mereciera el estúpido taconeo y un airoso movimiento de brazos. Me contuve por un momento, "lo juro por el supremo al que ella defendía", pero no lo pude evitar, y de manera silenciosa y sin modificar la expresión de mi cara, sólo utilizando mi mente, dibujé un adjetivo para ella, y ahí lo dejé flotando mientras intentaba no volver a ahogarme en  lágrimas.

Acabó la jornada, me levanté, despedí al emocionado amigo que había generado en mí una ternura infinita, me acerqué para darle dos besos heridos cuando de pronto él decidió cambiarlos por un abrazo, de esos fuertes y contenidos, de los que cuesta separarse. Mientras, susurró en mi oído algo que me hizo cerrar los ojos mientras en voz baja me dijo: "sí existe un cielo, cosa en la que creo firmemente, estoy seguro de que TU ÉL está allí". Entonces se separó, me besó la mejilla y se fue. Y allí me quedé yo, tragando lágrimas y entregándome al último sorbo de la copa de vino.

Esta semana he recibido varios abrazos, de todo tipo, de varias intensidades y cada uno de ellos, transmitiendo sentimientos distintos. Todos me han gustado, pero el que nunca olvidaré mientras viva, es el que me dio MI ÉL el último día que nos vimos. Me acompañó hasta el coche, me envolvió en sus brazos con la misma ternura de siempre y escuché su te amo, el último te amo que dejo resonar en mi cabeza una y otra vez. Ese abrazo y su música, para siempre. 

Ahora sigue taconeando todo lo que quieras morena, pero sobre los tuyos, a los MÍOS ni tocarlos.

Buena noche.