jueves, 30 de junio de 2022

LA CONCIENCIA DEL TIEMPO

Llevo una hora sentada en la cama intentando escribir palabras de recuerdo y amor, pero cada vez que tecleo, mis dedos se tiran de cabeza al dolor y a la pena. No quiero hacer una entrada que me abra en dos, no puedo seguir dándome puñaladas mientras busco respuestas, ni volcando mi impotencia en una losa en la que una mala familia no quiso ni grabar tu nombre.
 A estas horas empezabas tus vacaciones, esas que tanto deseabas, ese año con más motivo porque teníamos razones maravillosas para vivirlas como nunca, habías conseguido lo que tanto deseabas y yo disfrutaba tanto viéndote feliz...
Hace un año que te fuiste, la persona que me ayuda en tu duelo, en mi mal llevado duelo, está de acuerdo que sea hoy el día que marque en mi corazón como el día en el que te fuiste de la vida. Necesitaba un día para no vivir un mes de penuria, para no repetirme mil veces "y si hubiera...", para no imaginarte como no quiero hacerlo, para no volverme loca.
Ha pasado un año y aún no soy capaz de disipar la nube gris que se quedó a vivir conmigo ese maldito día. Pero lo estoy intentando, te lo prometo, he encontrado a personas que me están ayudando a expresar el dolor, a soplar de vez en cuando el nubarrón gris en el que estoy envuelta, para que entre un poco de sol y dé sonrisas en este caos de vida en el que me he sumergido. Y mis dos motivos me empujan hacia delante, aunque ellos no lo noten, hacen que vuelva a mirar al frente cada vez que me giro equivocadamente hacia el mal pasado. Mis locas, mi compañera de fatigas, "mi ayudante" y yo, Juan, porque necesito fuerza y no tristeza, necesito bonitos recuerdos y no amargura, necesito ordenarte en mi vida y encontrar el lugar en el que me provoques un calor reconfortante al pensarte. 
¿Sabes, mi amor?. He tenido mucha suerte de cruzarte en mi vida, es como un sentimiento encontrado y a pesar de la tristeza, he disfrutado de unos años de risas contagiosas, de manos expresivas, tan especiales, las adoraba, te adoraba..., del mar de tus ojos, de tus pensamientos en alto, de silencios cómplices, de sueños hermosos, de ilusiones futuras, de sabios consejos, de reconfortantes consuelos, y todo eso nadie puede quitárnoslo, ¿verdad?. Nadie podrá, ya no podrán quitarnos lo vivido ni nuestros recuerdos, porque yo los guardaré por los dos hasta el final de mis días. Estos no dependen de la compasión de "los malos", éstos no pueden bloquearlos ni tirarlos a un contenedor, estos son sólo nuestros, intocables, inalcanzables para ellos. Pobres ignorantes...
No tengo conciencia de que haya pasado un año, pero debo poner una fecha en mi corazón para curar, necesito curar para luchar, y luchar para vivir, por mí y por los míos. No sé qué pasa después de la  muerte, pero ojalá exista un lugar bonito dónde nos volvamos a encontrar, sería lo justo. 
Hoy encenderé una vela para que su luz te guíe hacia mí y una gardenia blanca recién cortada de la terraza. Te quiero para siempre, mi vida. Descansa en paz.

 Buena noche al resto del mundo.

domingo, 19 de junio de 2022

EL VESTIDO VERDE DE RAYAS

 

La mujer con el helado de fresa no dejaba de mirar aquel escaparate en el que un horroroso maniquí descolorido lucía un vestido verde de rayas blancas, muy acorde con el cuerpo inerte que lo vestía. Me quedé embobada mirándola mientras el helado se derretía por su mano y el pringoso líquido se colaba por la manga de su carísima camisa sin hombros. Ella ni se inmutaba. Sus labios lucían el tono rosa chicle del helado, ni tan siquiera había percibido que su boca estaba tan pringosa como su mano. Estaba estoica, con un rictus parecido al del maniquí, parecía que lo que ocurría a su alrededor no formaba parte de su mundo, ni le importaba que yo la mirara con asombro e incluso parecía que sus ojos habían perdido vida. Me acerqué un poco más a ella para intentar ojear por encima de su hombro qué era lo que le atraía tanto de aquel vestido pasado de moda y tan poco propio de su estilo. El helado de fresa continuaba corriendo por su muñeca y ella seguía sin mover ni un solo músculo de su cuerpo. Mi curiosidad iba en aumento, no podía evitar el compartir su espacio para entender que le ocurría a aquella mujer. Al acercarme olí su perfume, uno de esos caros, de esos en que su frescura nunca llega a ocultarse. La melena rubia cubría casi con una perfección absoluta sus hombros desnudos, la camiseta rodeaba su torso sin provocar ni una sola arruga, las mangas llegaban hasta las muñecas cubiertas de pulseras doradas, y más allá, un reloj de pulsera del que colgaba una cadena con una fecha inscrita. Volviendo al tema, me acerqué a ella, más bien me "estacioné" a su lado y orienté mi vista hacia aquel horrible modelo del escaparate. Cómo puede ser posible que se hubiera quedado tan absorta con aquel vestido, ni tan siquiera se daba cuenta de que el helado se derretía con cada rayo de sol,... 

Qué tenía aquel vestido que tanto la embelesaba...

Pasaron unos segundos cuando detrás del maniquí se movió un hombre de barba cana, guapo de película, alto, delgado y agarrando amorosamente la mano de una hermosa mujer. Se les veía felices, se besaban suavemente, con un roce de labios muy sutil. Pensé en la suerte de aquella chica, mi marido jamás se hubiera movido por una tienda con tanta ternura para conmigo. Era bonito, casi envidiable.

Por un momento me había distraído de la estoica mujer del helado de fresa, volví a mirarla y seguía con su boca embadurnada en helado, su mano continuaba chorreante

, pero algo había cambiado. Sus ojos brillaban, ya no era la misma mirada inerte, ahora aquellos ojos amenazaban tormenta y lluvia intensa. Miré de nuevo hacia la pareja del interior de la tienda, seguían paseándose tras el maniquí del vestido verde de rayas blancas, con las manos fundidas y envueltos en besos envidiables. Giré de nuevo hacia la mujer del helado, vi como en sus ojos comenzaba una lluvia intensa y entonces comprendí lo que estaba ocurriendo, o eso supuse. No me atreví a preguntarle si se encontraba mal, si necesitaba algo, simplemente me quedé a su lado como si esto le sirviera de apoyo emocional, no sé, no fui capaz de moverme de allí.

La pareja salió de la tienda, primero ella, después él mientras la sujetaba tiernamente de la cintura. La mujer del helado y yo giramos la cabeza al mismo tiempo hacia la puerta. Con la mano con la que sujetaba el bolso, me hizo un gesto casi despectivo para que me apartara de su camino y se dirigió hacia la pareja que caminaba felíz, sin imaginar lo que yo ya había sospechado tan sólo un minuto antes. Caminó hacia ellos con sus tacones de aguja y sus esbeltas piernas, como si estuvieran esculpidas en mármol rosa. Él debió reconocer el ruido del  taconeo, debía sonarle familiar porque se giró de forma inmediata, exactamente un segundo antes de que aquel chorreante helado de fresa acabara empotrándose contra la cara del adonis. La de los besos sutiles lanzó un grito agudo al ver la cara de su hermoso galán con el cucurucho literalmente encastrado. Hubo un grito chirriante: ¿pero estás loca, qué has hecho?. La mujer del helado volvió a la vida, sacudió su mano y se la pasó al cariñoso acompañante por la chaqueta de terciopelo azul que llevaba perfectamente acomodada esa tarde de amor y arrumacos. A esa altura de la historia, ya se había formado un corrillo de gente a su alrededor, todos tapándose la boca con la mano para cotillear con todo el que se arrimaba lo que estaban presenciando, como si estuvieran en un patio de butacas. La mujer del helado se acercó al hermoso hombre-helado y le susurró con un tono grave pero audible: “vete a casa, lávate la cara, recoge tu ropa y no vuelvas jamás”. Abrió su bolso negro, quitó un paquete de toallitas de esas que todas las mujeres llevan para situaciones de urgencia y con delicadeza, limpió sus labios y manos. Se acercó a una papelera y arrojó con rabia las toallitas de color helado de fresa, enderezó su columna y se fue calle abajo caminando como si sus tacones sujetaran el mundo. Me quedé plantada delante del escaparate dónde el maniquí vestía aquel horrible vestido verde, casi idiotizada, sin pestañear siquiera . En un instante me di cuenta de que lo que había presenciado no era sólo un engaño ruin, era algo peor, algo que me dejó pensativa el resto de la tarde. Acostumbramos a quedarnos con una imagen inicial, la más próxima a nosotros, la que centra nuestra atención, y yo caí en esa trampa. Vi el vestido verde horroroso y a la mujer comiéndose un helado de fresa, no entendía como aquel vestido podía dejarla tan hipnotizada, cuando en realidad estaba presenciando como el mundo de esa mujer se desmoronaba tras aquel vestido verde, sin importar quién la observara, sólo siendo la espectadora de la caída de telón de su amor. Buena noche.