martes, 20 de diciembre de 2016

VICTIMA 48

Se llamaba Ana,...una mujer nacida libre, conviviente en un país que presume de ser democrático y seguro, con unas leyes de protección de la mujer frente a la violencia de género supuestamente efectivas. Ana estaba ilusionada con su cena de Navidad, la imagino eligiendo el modelo para esa noche, la sombra de ojos, la barra de labios. Se habrá mirado en el espejo y se encontraría bella. Mal sabía la pobre que se estaba arreglando para que la hiena de su vida le robara lo más preciado unas horas después. Seguro que Ana estaba llena de ilusiones, algún regalo de navidad guardado en su armario, en sólo una semana estaría sentada en una bonita mesa adornada de navidad, ya habría hablado con los suyos para organizar estas fechas..., pero ella no pudo elegir, sólo entró en el portal mientras su lobo feroz la esperaba pacientemente para demostrarle que a él no se le dejaba, que ella no era tan libre como creía, que tenía derecho a matar por un amor enfermizo. Ana decidió dejar aquella relación de gritos y vejaciones, quiso volver a sus abrazos de antes, con la persona a la que quería y al que ella consideraba su amor. El lobo feroz no lo quiso así, "si no eres mía Caperucita, no serás de nadie", así modificó el cuento, a su antojo, de la misma forma que hizo con su vida. Un cuchillo y mucha ira acabaron con la vida de Ana, vestida para la fiesta, sola, en un frío portal, a unos pasos de su cálido hogar. Y su lobo se dió media vuelta y se fue, dejándola en el suelo, al supuesto amor de su vida, ese malnacido que se creyó con el derecho a decidir sobre la vida y la muerte de la mujer que no le quería, y allí la dejó, seguramente pasando por su cabeza la película de esa noche en la que bailó, felicitó y abrazó. Ojalá esos fueran sus últimos pensamientos, los de la noche de su fiesta, de su noche felíz. Ana ha muerto asesinada por una hiena cruel, le arrebató la vida un criminal enfermo de amor propio, no sólo acabó con ella, borró de un plumazo ilusiones, futuro, familia, sentimientos, olores, recuerdos, abrazos..., maldito cobarde. No sólo se llamaba Ana, 48 personas han sido asesinadas este año al grito de "eres mía", demasiadas vidas perdidas, ni una justificada porque el asesinato por amor es contranatura, es lo imposible. Hoy escribo nombrando a Ana, pero lo hago por cada víctima, por cada noche de terror, por cada insulto, por cada lágrima de una mujer valiente en manos de un maldito cobarde. No os calléis, usad vuestra voz para pararlos. Es mejor que tengáis miedo y podamos ayudaros, a que os  calléis y morir en silencio.
Hoy no es buena noche, no, no la es.

domingo, 18 de diciembre de 2016

NO TENGO TIEMPO

Esta mañana leía en el facebook de mi vida, un recuerdo de hace un año, un escrito hecho desde el dolor, la rabia y la impotencia. Sabes, ese tipo de recuerdos que puedes volver a compartir en tu página años después. Leí el texto, lo leí, lo releí y sentí pena, pena por lo que había vivido mi hijo, por lo que habíamos sentido todos, por la tristeza que revolvía mi alma un año después, y tomé una firme decisión: no tengo tiempo.
Casi llegando ya a los 50, he pasado el ecuador de mi vida, he pasado momentos realmente duros, desesperantes, amargos, pero también he disfrutado de otros llenos de vida. Lo he pensado fríamente, lo he recapacitado y he decidido que el tiempo que me quede intentaré que sea un tiempo felíz. Seguramente la vida aún me tiene guardada alguna perrería, esas cosas no son controlables, pero la otra parte, la que yo decido será lo mejor que pueda ser. Quiero ver a mis hijos crecer rodeados de risas y abrazos mágicos, con despertares a su lado, "te quieros" a diario y caricias espectaculares. Quiero tomar unos vinos con mis amigos, con los de verdad, esos que saben quitarte la sonrisa en un día gris, los que saben de qué hilo hay que tirar para sacar lo mejor de cada uno, sin olvidar nuestra particular forma de ser, los que saben que siempre estás con ellos para lo bueno y lo no tan bueno. Quiero trabajar sintiéndome necesaria para mis pacientes, calmar las ansiedades que les produce la enfermedad, tocar sus manos cuando las retuercen en un pañuelo, levantar sus miradas cuando se sientan agotados, y que noten mi compañía en sus pesares.
Quiero que mi familia sepa que yo también soy de carne y hueso, con defectos, muchos y seguramente cometedora de grandes errores, pero con un buen fondo, donde pueden acudir cuando sientan pena, pero también para la risa, los recuerdos y para pasar un cálido momento.
Quiero caminar por la calle mirando al frente, tropezando como siempre, con mi despiste tan habitual, mirando el cielo y los edificios, esos que cada vez me parecen distintos, y correr hacia el muelle cuando vea que el cielo comienza a ponerse rojizo, como si de una carrera al tiempo se tratara.
Quiero desayunar mirando por mi ventana, esa que cada día me da un nuevo espectáculo distinto en cada amanecer, tomándome mi tiempo, parando el reloj de la vida durante un espacio para disfrutar de mi momento.
Quiero escuchar música, como sea, me da igual, en directo, en mi mp, en la radio, en mi cabeza. Quiero bailar en pijama por la casa cuando nadie me ve, inventarme las letras, chapurreando un inglés imposible, reírme cuando me paro delante de un espejo para dedicar el concierto a la persona más insospechada. Me da vida, no concibo un día sin el baile incordiando, sin mi música...
Quiero playa en invierno, mis paseos a solas, recogiendo pensamientos de la arena, buscando mi propio colgante, o tu regalo de cumpleaños, mientras veo como otro día se va, lento pero cálido, como llega la noche, mi noche...
Quiero tumbarme en el sillón y taparme con la manta hasta la nariz, recolocar mi todo en ese espacio reconfortante, y ver películas domingueras, una tras otra comiendo regalices hasta que el sueño acabe con el día.
Quiero mirar mi pared llena de las fotografías de los míos, de los que están y de los que ya no, no físicamente, pero sí en mi pared, en mi alma. Quiero recordar momentos con ellos, situaciones que producen escalofríos, sentimientos de los que no hay caducidad y que se mantienen inalterables a lo largo de los años. Quiero apoyar mi mano allí, como si de aquella pared saliera el calor de sus recuerdos. Lo quiero y te quiero.
Quiero comer lo que me gusta, sin cuestionarme si debo o no debo, si me hará engordar o adelgazar, sólo hacerlo por el gusto que da saltarte las normas, como cuando de pequeño conseguías engañar a tus padres y salías vencedor con la boca llena hasta el ahogo de leche condensada. Es un milagro que hayamos sobrevivido a eso ...
Quiero ir a aquella clase que tantas veces retrasé por entregar el tiempo a los demás, ponerme aquel jersey viejo prohibitivo por normas ridículas de elegancia, salir a la calle con zapatillas de tenis aunque llueva, ponerme aquellos pendientes de araña que asustan a medio mundo y subirme los calcetines hasta las rodillas porque tengo frío.
Quiero reírme hasta llorar, esa risa que tanto sorprende a la gente y que confunden con pena. Quiero mirarte a los ojos, hasta leer en ellos tu interior, hasta sentir lo que te duele y lo que te alivia, así, sin palabras, en silencio.
Quiero tantas cosas, quiero hacer tanto, que a veces creo que ni tiempo tengo ...
Buena noche.

sábado, 17 de diciembre de 2016

VEN A MI CASA EN NOCHEBUENA

Otra vez la navidad, otra vez a vueltas con las buenas intenciones, con el "¿a dónde irás a cenar?, vente a mi casa, que donde cenan quince, cenan doscientos". Otra vez a desear que los pastorcillos lleguen al río lo antes posible para que los puñeteros peces no se beban todo el agua y se ahoguen, a comprar regalos de forma robótica antes de que llegue el 24, día en el que si no haces un regalo te caerá el sanbenito de ser la "cutrefamiliar" del año, otra vez a cocinar toda una tarde para la familia, mientras tragas como un pavo un martini tras otro, te da la llorera de todos los años y contestas a los mil y un whatsapp que recibes, dónde siempre hay unos cuantos a los que tienes que contestar: "mira, no sé quien eres, no te tengo identificado en mi agenda, y además estoy bebiendo martini, cocinando y llorando, pero a pesar de no saber quién eres, te deseo que seas muy felíz y que disfrutes de la navidad con tu familia. ¿Por qué tienes familia, no?. ¿Eres feliz?.¿Estás sólo?. ¿Quieres venir a cenar a mi casa?, porque donde cenan quince cenan doscientos... uno".
El menú de la gran cena, esa es otra. Hay platos que repito año tras año a petición de los comensales. El salmón marinado, una delicia, cuando te lo ponen en un plato delante, claro. Para mí supone ir al supermercado y encargar medio salmón de esos que pesan ocho kilos, explicarle a la pescadera que lo quieres sin espina abierto como un libro, aguantar como te mira de reojo como diciendo: "mira nenita, me vas a enseñar a mi a limpiar un salmón para marinar?". Y va la tía, y después de hacerme sentir como una idiota, te parte el salmón en dos lomos y se queda tan ancha, en fin. Lo marinas durante 24 horas, lo limpias y lo cortas en finas lonchas. Y ya, al 24, lo sirves en un plato delante de los comensales y te quedas esperando con las manos delante de tu nariz, la opinión. Siempre es buena, siempre tardo días en quitarme eso olor a salmón de mis manos, maldita sea...
Las zamburiñas a la plancha, no es por lo que tardas en hacerlas, es por el coñazo de estar abriendo zamburiña tras zamburiña, con esas conchas que son como cuchillas, que te dejan las manos como si hubieras saludado a Eduardo Manostijeras. Con las manos destrozadas, y con tres platos pendientes por preparar, tengo que tratarme las heridas porque soy enfermera y sé de curas: lavo mis manos con agua templada y jabón, me enrosco dos paños en las manos y mientras espero que cese la hemorragia, anestesio el dolor con otro martini.
A estas alturas, los camarones que he sacado del arcón congelador, están saltando en el cuenco. ¿Pero qué digo, si están congelados?. Me importa un bledo, si Disney se congeló para volver a la vida, por qué mis camarones no pueden hacerlo si quieren los pobres..., voy a beber un poco de agua, sí, será mejor...
Mientras, las almejas que he dejado lavándose en la bañera, se han dedicado a echar chorros a diestro y siniestro, como si tuvieran la obligación de beberse todo el agua. Las miro con cara de enfado, las miro, las mir..., para qué coño las miro, si no tienen ojos, ni boca, y a ellas les importa un bledo mi cara de enfado, si no tienen cerebro, me ignoran...a veces me enfado más y como venganza echo una avellana en el agua y miro como se pillan la lengua con sus conchas. Me río como una bruja por la maldad de mi acto en esta noche de paz..., a estas alturas ni me acuerdo de por qué estoy cocinando...
¿Y cómo se hacen las almejas?. Pues a la marinera, con cebollita bien partida. Yo no sé que les pasa a las cebollas en navidad, pero sólo con mirarlas me hecho a llorar. Ahora es cuando tengo que ponerme el traje NBQ para pelar las cebollas: mandil plastificado, guantes, gafas de bucear con nariz de plástico y mucha paciencia. Lo sé, lo sé, soy muy exagerada, pero os juro que aún vestida de esa forma mis ojos se irritan y lloro hasta que las lágrimas alcanzan un cierto nivel en las gafas, en el que tengo que parar.
Una vez que todos los platos se están cocinado, que mis manos apestan a salmón, que mis ojos están llenos de churretes de rimel por los llantos, que mis muslos están llenos de moratones debido a los golpes con los tiradores de la cocina, que mi cabeza no encuentra la estabilidad óptima, y que he mantenido una conversación con las almejas como si fueran mis mejores amigas, llega la familia. Llaman  a la puerta y  los recibo con una enorme y cálida sonrisa, "Feliz Navidad, por qué estamos en navidad, no????". Del resto, ya os contaré.
Buena tarde.