lunes, 18 de marzo de 2024

YADIRA

Crear un microrrelato utilizando un número limitado de palabras es tan aterrador como decidir si se debe continuar una amistad con condiciones, así que acepto el reto y entre ambas opciones me decanto por la primera. 

" Aún no había amanecido cuando Yadira levantaba su agotado cuerpo de la cama tras apagar la alarma de los dos despertadores que cada mañana le traían de vuelta a la vida. Sin abrir los ojos, arrastraba sus pies por el suelo de la habitación y estiraba los brazos tratando de tocar con la punta de los dedos aquellas conocidas esquinas que se interponían en su camino hacia el baño. Allí se quitaba el pijama y lo dejaba caer al suelo como si de su propia piel se tratara, y a tientas intentaba adivinar la puerta de cristal tras la cual encontraría el verdadero despertar. Acurrucada contra una esquina abría el grifo con una mano que retiraba inmediatamente para evitar más frialdad en su piel, más de la que sentía al estar desnuda. Sin abrir los ojos se atrevía a  mojar su cuerpo con el agua que se templaba lentamente, mientras tarareaba la misma canción de siempre, subiendo el tono a medida que el agua alcanzaba la temperatura idónea. Llegado ese punto, era el momento de meter la cabeza bajo aquel chorro de agua y abrir los ojos a otro día del que no esperaba nada más que corrieran  rápido las horas de luz y sombra. Levantaba su cabeza y dejaba caer el agua sobre sus ojos donde se mezclaba el dulce de la ducha con lo salado de sus mares, todas las mañanas el mismo sentimiento de ausencia, todas las mañanas deseando salir de aquella lluvia que le quemaba...

Con rabia contenida, cerraba el grifo dejando que el agua le recorriera de forma desvergonzada el cuerpo hasta que su piel le gritaba abrigo. Con los ojos entreabiertos y su mirada hacia el suelo, abría la puerta de cristal que la devolvería a la mañana. Cubría su cuerpo sin la sensualidad de antaño, ya no había motivos para hacerlo, ya no había buenos días, ni besos en la frente, ni la casa olía a café recién hecho. El mundo se había olvidado de que se había quedado sola en una vida nada atrayente. Un poco de crema en su cuerpo era el único olor que aún conservaba, pero sin aquellas manos que dedo a dedo dibujaban en su espalda dos palabras que la estremecían y encaminaban su cuerpo dos pasos hacia atrás para ese abrazo que tanto le gustaba. 

Volviendo a la realidad se vestía sin importarle la ropa que había escogido, un pantalón vaquero, una camiseta, un jersey que no se dejase abrazar y las zapatillas de siempre. Caminaba a tientas hasta la cocina, levantaba la persiana, encendía la cafetera y apoyaba su frente en la estantería de las tazas como si estuviera pensando en que no debía pensar. Aquella estantería era parte de su pasado, allí estaba su taza y la otra, la que no quería usar por si se le rompía más la vida. Ya no habría dos cafés, ni conversaciones sobre sueños, nadie la sacaría a bailar con el ruido de la cafetera, ni pondría un plato con arándanos en la mesa. Sólo estaba ella y aquel café cargado de ausencia. 

Un sorbo de café, un trozo de galleta resesa, otro sorbo rápido y una mirada esquiva, eso era lo único que le quedaba en aquella cocina, prisa por salir de allí. Camino de vuelta 

hacia el baño con los ojos cerrados para imaginar un roce, su olor, un susurro que le hiciera creer que nadie se va para siempre, pero no ocurría nada, como siempre. Se miraría al espejo como si no se reconociera, taparía sus mejillas con sus manos y las movería como si intentara cambiar sus arrugas, su gesto, su realidad. Hoy tampoco se maquillaría, la misma decisión de cada mañana, un poco de colonia, atusa el pelo y listo, nada cambiará por más que se lo proponga. 

Abre la persiana de la habitación, está amaneciendo, le gusta apoyarse en la ventana dos minutos y ver como la luz disipa la oscuridad, no antes sin buscar una estrella, darse un beso en el dedo índice y apoyarlo en el cristal. Algún día tendrá que limpiar todas aquellas huellas, algún día tendrá que dejar de darle los buenos días. 

Es hora de irse, llega tarde como siempre, coge el bolso cada vez más pesado y el manojo de llaves. Cierra la puerta con delicadeza, como si no quisiera despertar a alguien, a no sabe quién, a nadie. Se vuelve a morder el labio odiando la rutina de todas las mañanas. Coge el coche, llega al trabajo, da los buenos días a diestro y siniestro como si de otra vida se tratara, siempre sonríe en su nuevo campo de batalla, es otra guerra, en su otra vida". 

(Yadira, nombre hebreo que significa "amiga").