martes, 30 de agosto de 2022

EDADES

 Me levanté como todos los días, como si esta noche hubiese sido una corta siesta en vez de un instante ilusorio lleno de sueños y pesadillas. Salté de la cama antes de que el ordinario despertador de mi teléfono sonara con esa horripilante melodía, la cual juro cambiar cada mañana y nunca hago. Al posar mis pies sobre la alfombra pude sentir como cada hueso, cada tendón y cada ligamento de mis pies y tobillos se recolocaba en su sitio, no sin quejarme del dolor que me produce, que es lo que realmente me abre los ojos al día. Abrí la persiana con el mismo ánimo con el que tocaría la campana de la iglesia de mi pueblo , más bien poco, muy poco. Caminé hacia el baño como si lo hiciera sobre vidrios rotos,  sin la horizontalidad que evitaría tropezar con todo lo existente en línea recta y con lo inexistente por un andar aún poco espabilado. De la luz al levantar la persiana ni me he enterado, es la del baño la que me deslumbra, la que hace que a mis ojos les cueste reconocer la imagen del espejo. Me recojo el pelo en una coleta, lavo la cara y emprendo el camino hacia la cocina para preparar el desayuno: café con leche de almendra, cereales y ...las pastillas mañaneras. Y esto último fue el motivo de la nueva entrada en el blog: las pastillas. Esa mañana me di cuenta que tenía que ir a la farmacia a recoger mis pastillas del mes, estaba bajo mínimos y son de obligado cumplimiento.

Vuelta al baño, ducha rápida, un toque de lápiz de ojos, pantalón vaquero, camisa y listo. Como está de moda ser naturalista y no usar plásticos, cogí una bolsa negra de tela  para la compra de la farmacia, haciendo un cálculo de volumen, ya que también debía de parar a comprar un champú y un suavizante de pelo. "Sí, suficientemente grande para que me quepa todo, pensé". Me calcé y salí a la calle con las gafas de sol que tapaban mis ganas de nada ese día. 

Primera parada en la tienda de cosmética. Me acerqué a la zona dónde siempre estuvieron los champús, gafas fuera sino no veo nada y me puse a buscar el mío habitual. Di varias pasadas con mi dedo índice en el aire por las distintas estanterías hasta que oí una voz bajita a mi espalda "¿te puedo ayudar?". Sí, le contesté un poco enfurruñada por no encontrar lo que necesitaba. Le expliqué a la dependienta lo que buscaba y me dice "claro, tú no eres clienta". Giré el cuello como cuando escurres una fregona en el cubo y le espeté un "cómo que no, de toda la vida. Pero no tenéis el champú y el suavizante que llevo habitualmente", y posteriormente le hice una caída de ojos de esas que te dan la razón aunque no la tengas. "Ah, es que le han cambiado el nombre y ahora es éste, se nota que hace tiempo que no te pasas por la tienda", otra indirecta. A estas alturas del partido, no estaba dispuesta a que ella ganara el juego dialéctico y le dije sin titubear: "pues dame dos de cada". Lo cierto es que ya me había fijado que sólo tenía un bote de champú en la estantería, pero eso aumentaba la emoción de la próxima respuesta. "Sólo me queda uno, te pido el otro para mañana ¿te vale?". Tentada estuve a decirle un "no, necesito los dos botes de champú y de suavizante para lavarme el pelo hoy, a mí es que me gusta que no falte y que sea abundante", pero decidí callarme. Ya en la caja me preguntó si necesitaba algo más, a lo que le contesté que no. Y ella, cómo queriendo tensar un poco más la goma, va y me pregunta con una sonrisita cortante si necesito alguna crema de cara. Ahí me dio en mi ego, cerré un ojo, abrí mucho el otro y le dije: "dame una crema de noche, pero de aquella estantería, que es para pieles jóvenes". Mi diafragma empezaba a moverse de forma involuntaria mientras daba la partida por ganada. Ella cada vez más seria, mi paciencia cada vez más limitada. ¿Necesitas algo más?. Otra vez mi otro yo quería contestarle "pues mira sí, quiero tres t botes de champú", pero me mordí el labio para no parecer grosera. "No muchas gracias, nada más". Y sin agradecerme la cantidad de contestaciones que me había tragado empezó a hablar sola "y ya que eres cliente,te vas a llevar de regalo una crema exfoliante para la cara, dos muestras de crema regeneradora de noche y un vale descuento para una sesión de presoterapia para drenar líquidos de tus piernas". Aquella retahíla de cosas que me soltó en seis segundos me dejó desmarcada. En tan sólo seis segundos insinuó que tenía una cara arrugada, que era una retenedora de líquidos, y lo peor de todo, me dejó sin palabras, algo inconcebible en mí. Torcí el labio para demostrarle mi enojo (seguro que pensó que me estaba dando un ictus), me ofreció una bolsa !!!de plástico!!! y al fin pude decirle "ay no, que eso tarda mucho en degradarse y daña la capa de ozono, por eso hay gente que envejece tan mal". Pagué la compra, metí todo en mi bolsa negra de tela y me fui moviendo la mano como lo haría una dama de la realeza. De ahí a la farmacia, a la mía de siempre y esperé mi turno. Me apetecía que me atendiera una auxiliar que es muy agradable, pero estaba ocupada, y mi turno llegó. Me atendió uno de los farmacéuticos habituales, le entregué la tarjeta, la pasó por el lector y se puso a mirar la pantalla callado. Pasaban los segundos y no decía nada, empecé a preocuparme porque miraba aquella pantalla como si en ella estuvieran saliendo rayos del infierno, hasta que me dijo con voz nerviosa: "debes tener mucha medicación porque tarda en cargar". Recoloqué mis hombros caídos en su sitio y le contesté: "bueno, lo mismo de los últimos meses". Por fin estaba todo cargado y se pone a leérmelo, !!!!calla, todo, dame todo lo que sale!!!!, le dije para que no se pasara media hora leyendo. Se fue, vino, dejó, volvió a irse, vino, volvió a dejar y así hasta cuatro veces. El mostrador lleno de medicación, cuando se acerca la auxiliar a la que conozco y me pregunta que cómo estoy (a punto de llorar, quería decirle), miró aquellas cajas apiladas como contenedores en un barco mercante, ella mira lo que miro y me dice "ya veo" y se escurre sutilmente al mostrador de al lado para seguir atendiendo. Mientras el chico le quita los sellos a la medicación, me acuerdo de tres cosas más que necesito, le digo que no cierre la cuenta que necesito más cosa y suelta un !!caramba!!. Ya venía yo caliente de lo de los regalos de la tienda de cosmética, así que cogí un bote de perlas de aceite de no sé qué y le pregunté si eso se podía tomar si se tenía el colesterol alto. "Bueno, habría que verlo, interacciones con tanta medicación, al ser alto oleico, ahora no puedo, eso es cómo que se come el colesterol que te comes, pero no el que fabricas...". Uf, volví a dejar el bote de perlas en su sitio y le dije que me diera las otras tres cosas y me cobrara. Coronando la pila de medicaciones puso un blister de caramelos de menta y me enseñó una caja, diciéndome en voz baja "esto es un regalo, son unas muestras, creo que van muy bien". Le perdoné la vida y le di las gracias. Abrí la bolsa negra y fui colocando todo el pastillaje de forma que nadie que se cruzara conmigo pensara que había asaltado una farmacia. Colgué la bolsa de mi hombro y salí pensando que entre las dos tiendas había sumado 30 años más a mi edad real. Seguí caminando hasta que me topé con una exposición de portadas de un conocido diario de la comunidad. Las portadas estaban ordenadas por fechas y exponían noticias y sucesos ocurridos años atrás. Estaba yo absorta con la música de mi mp3 y la cantidad de cosas que yo había vivido de las expuestas, que no me di cuenta de que alguien me estaba hablando hasta que tiró de uno de mis auriculares. Era un hombre encantador que conozco desde hace muchísimos años, estaba paseando con su nieta y me dijo "te estaba hablando y tú ni te enteras". Le di un par de besos y con una gran sonrisa le dije "te veo genial, que cara de paz tienes". Me contó que desde que se había jubilado se dedicaba a pasear y a cuidar de sus nietas. No pude evitar volver a repetirle que lo encontraba exactamente igual que hacía 15 años, estaba fantástico la verdad. Y así hablando de la vida me suelta "mira, con la edad que tengo no puedo quejarme, porque no tomo ni una pastilla". En ese momento, el hombro del que colgaba la bolsa negra llena de medicamentos, cremas y demás, como si de un acto reflejo se tratara se pegó a mi costado como hacen los polos opuestos de dos imanes. Justo en ese momento a la nieta se le cayó de las manos un muñeco y este hombre se agachó a recogérselo. Me quedé mirando por si no era capaz de levantarse y cuando iba a agarrarlo para ayudarle, pegó un salto y se puso de pie más rápido que muchos trapecistas del Circo del Sol. Ante mi asombro-envidia siguió preguntándome qué tal estaba yo, "todo bien le contesté, todo bien". "¿Y la familia?", "todos bien" le contesté. "¿Y tu marido, que tal?", ahí se me retorció el esófago y para no seguir por esos derroteros le dije "bien, todos bien". "Pues salúdalo de mi parte y venga, vete que estará esperándote para comer". Entre dientes dije sí, esperándome, sí, para comer, sí...

 Le di dos besos de despedida y me fui para casa arrastrando aquella bolsa negra llena de pesados años.

Una vez en casa vacié su contenido encima de la mesa de la cocina, ciertamente allí había una pila de tratamientos dignos del mejor geriátrico. Vi la cajita de regalo que me hizo el farmacéutico y la abrí por pura curiosidad: !!!un tampón, una compresa y un salvaslip!!!. Me salió una carcajada y fui a enseñarles el regalo sorpresa a mis hijos. Como buenos hijos de su madre, sólo pudieron reírse al ver el contenido de la caja. La próxima vez que vaya a la farmacia y me atienda él, dejaré caer el DNI sin querer encima del mostrador para que la siguiente caja-regalo- sorpresa sea más acorde a mi edad. Ganas me dieron de salir corriendo a la calle e ir a la tienda de cosmética a espetarle a la dependienta un "ves, esto a tí no te pasaría nunca, ja". Buena noche.