jueves, 7 de noviembre de 2019

DE DOLOR Y OTROS SENTIMIENTOS

Cuanto tiempo sin escribir, cuanto tiempo sin darle la vuelta a la piel y volver sentir el escalofrío que provoca mostrar un interior imposible. Reconozco una pena doliente, un miedo velado, un llanto escondido y un escozor reconocible. Ayer dejé ver mi valentía total, mi media entereza, mi pequeño miedo, una minúscula y agotada paciencia. Ayer lloré por mil motivos, lo reconozco.
Me levanté asustada después de una noche de mucho pensar, cosa que se ha vuelto algo común cuando la luz se pierde. Por pura tontería y después de una ducha sin desear abrir los ojos, me vestí con la coraza habitual. Y allí nos fuimos, hablando de todo cuanto me importaba un bledo, como si ese día tuviera que ser por narices insignificante. Y llegamos al lugar que tanto temía.
No sé el motivo pero el acogimiento fue cálido, templado, como debería ser siempre, como debería de sentirse cualquier paciente asustado que sabe que le espera una prueba no deseable. Se trataba de una prueba no cruenta, sólo se trataba de introducir un "hilillo" hasta mi corazón, allí donde se encuentran todos los sentimientos, el amor, el ritmo, mi caja de música interna, en mi centro de vida. Y ese proceso exigía que el operador lo hiciera con toda la delicadeza que cualquier paciente se merece, calmado, suavizando una técnica que asusta cuando la persona que te la hace entra diciendo tan sólo un hola. Cuando una persona te dice a velocidad supersónica "esto te va a doler un poquito", agárrate a lo que puedas porque el dolor va a ser importante. Y así fue, provocó el dolor necesario para que mi cuerpo se doblara y mi boca emitiera una "ay" contenido. Tras unos minutos de pelearse con el calibre de los catéteres, logró pasar uno de ellos como si se estuviera perdiendo el principio de su película preferida, como si el vuelo a su destino preferido estuviera a punto de perderse, como si yo misma fuese un sistema de cañerías vacía de sensaciones. Y volvió a hacerme daño con su prisa infinita. Otra vez la frase de "esto te va a doler un poquito", y nuevamente volvió a hacerme daño, pero esta vez procuré no moverme para no molestarlo. De pronto paró la exploración y me dijo "a ver, ¿por qué tienes esa cara de dolor?, ¿por qué no apoyas la cabeza relajada?, ¿no ves lo tensa que estás?". Se me ocurrieron mil motivos para argumentarle, pero sólo le dije " me duele lo que me estás haciendo, me estás haciendo daño". Por supuesto, le pareció mal mi sinceridad, y realmente debería de haberle dicho toda la verdad: "me duele tu poca amabilidad , lo antipático que eres trabajando, lo poco delicado que estás siendo con mi cuerpo, el dolor que me estás produciendo, tu malhumor y tu prisa injustificada. Me fastidia tu falta de respeto, que ignores conscientemente el dolor que me provocas y que no trates de evitarlo, me endemonia tu falta de humanidad, tus gritos al  personal, tu prepotencia como galeno y tu ignorancia como paciente (porque es evidente que lo has sido), tu poca complicidad con mis sentimientos y tu anhedonia profesional".
Por fin dijo "bueno, esto se acabó. Ahora las enfermeras te arreglan". Se dio la vuelta y se fue, así, sin decir nada más, a su retiro merecido tras su extraordinario trabajo. Hubo un movimiento desordenado del personal en aquella sala, todos hablaban provocando un ruido incomprensible.Y entonces mis ojos empezaron a liberar todo lo soportado, todo lo sentido, todo lo callado. Una auxiliar me acarició la cara y me dijo "ya está, ya pasó todo". Otra enfermera me preguntó si me encontraba bien, no pude contestarle, si lo hacía entraría en un llanto incontrolado y no quería eso. Con delicadeza secaba las lagrimas que salían continuamente de mis ojos, hasta que giré mi cabeza para verla persona que me estaba tratando con tanto respeto y le dije en voz baja: "estoy tan cansada...".
De repente todo se paralizó, el jaleo cesó, y hubo un silencio lleno de respeto. Un celador se acercó y me dijo: "llora todo lo que necesites, desahógate, nosotros esperamos a que te sientas mejor, no tenemos prisa". Soy de sonreír cuando estoy agradecida. Lo miré y le di las gracias con una sonrisa sentida. Una de las técnico de la sala me escuchó, se acercó y me agarró la mano. Me dijo con mucha ternura "no dejes nunca de luchar, eres más fuerte de lo que crees". Jamás la había visto, en mi vida, pero se lo prometí mientras apreté su mano. Me secó de nuevo las lágrimas y salí de aquella sala con un calor apacible, con fuerzas para seguir, dejando allí el temor y el miedo. Me siguieron cuidando el resto del día hasta que volví a mi casa. Aún tengo dolor físico, pero no olvidaré como aquellas personas convirtieron el frío y la antipatía de un médico prepotente en un empujón de fuerza. Buena noche.
*Este es el resumen de una situación real, es un agradecimiento a todo aquel personal que estaba presente durante la técnica y que fue testigo de una situación injustificable y de horror debido a la falta de empatía y pericia del médico que realizó la técnica. El resto del personal se merece mi agradecimiento y mi reconocimiento por el trato que me dispensaron durante e inmediatamente después de la técnica.