domingo, 22 de enero de 2017

EL VAGÓN

Era tarde y estaba cansada. Subí en aquel tren que me alejaba de mi vida, dejándo allí mi motivo. Me acurruqué en el vagón, rodeada de gente pero sola, sin importarme nada de lo que ocurría en aquel lugar,o eso creía yo. Ella entró ocupando un espacio inexistente, tropezando casi intencionadamente con aquellas sombras que se acomodaban para el viaje. Se sentó desparramando su cuerpo en un asiento casi ridículo para aquel pedazo de vida teñida de un rubio casi imposible. Lo que debía ser algo imperceptible se convirtió de repente en mi curiosidad. Se quitó la cazadora como si se estuviera retirando toda la piel de su cuerpo, sin importarle aquel chico de rizos que intentaba esquivarla de sus airados y sinuosos movimientos. Se convirtió en un segundo en la niña de mis ojos. Abrió aquel mundo de bolso y comenzó a montar su mesa quirúrgica: el "Diario de Ana Frank" a la derecha, su móvil dorado a la izquierda, su megacámara de fotos plateada enfrente y su inmensa melena apoyada sobre su hombro y ya de paso, sobre el hombro de su anónimo compañero de viaje. Ni decir que me conquistó desde el primer momento, ansiosa por saber con qué instrumento comenzaría su viaje. Cogió el libro, tapas blandas sin un solo uso, lo abrió como si del mismísimo Quijote se tratara, y cerrando ligeramente sus ojos comenzó a leerlo por la primera página. Me tardaba la segunda cuando diez minutos después con un desparpajo desorbitado, cerró el libro como si de una concha de ostra asustada se tratará y esbozó un suspiro. Ya, ya lo había leído, era suficiente por hoy. Llegó el momento del móvil dorado, tecleando con una sola mano y componiendo una melodía en cada toque de letra, orgullosa de su dominio. Tentada estuve a intentarlo yo, pero no, sólo tengo tres falanges en cada dedo, ella no, estoy segura. De pronto, algo falló en aquella máquina del diablo, resopló y me temí lo peor, y eso ocurrió: cuál mismísimo demonio empezó a desmenuzar el teléfono. Fuera tapa posterior, fuera batería, fuera tarjeta de memoria, fuera ... todo fue arrojado a aquel bolso sin fondo. Le atacó la desesperación, agarró su espesa melena, y la arrojó hacia su hombro izquierdo arreándole a su compañero de viaje un golpe con su espesa melena, que lo hizo despertar de su hibernación. Juro por Dios que pensé no bajarme del tren así llegara a mi punto de destino, sin saber como acababa aquella historia de sadismo. Me acomodé en el respaldo, miré mi reloj y me alegré al saber que aún me quedaba tiempo para ver el final de aquella historia. Me miró, sentí como con sus ojos me empujaba hacia el respaldo de mi asiento, casi me dió miedo, casi un poco de emoción. Cerró sus ojos con fuerza, suspiró ruidosamente y se dejó caer sobre el respaldo quedando en un semicoma cuasipreocupante. Se mantuvo en este trance durante un par de minutos, la veía respirar cosa que me tranquilizó, lo juro. Este estado le debió provocar un destemple corporal, y en un tris se levantó de su asiento golpeando nuevamente a su víctima-compañero de viaje para coger en la repisa superior la piel que tiempo atrás se había arrancado. Me dió la risa, siento confesarlo con tanta sorna, pero temí por la vida del pobre vecino. Llegaba a mi destino, me aseguré de llevarme todas mis pertenencias, y confieso que casi me apetecía seguir encajada en aquel teatro de vida. Allí se quedó la rubia, con su melena volante, su móvil destrozado, su libro casi no estrenado y con su víctima aún respirando. Buena noche.

lunes, 2 de enero de 2017

2017

Juana, tengo que decirle una cosa... !!! Felíz año!!!. Así fue mi comienzo de año, agarrando una jeringa en una mano y acariciando la cara de, llamémosla Juana, con la otra mano. Los últimos minutos del año los dediqué a escuchar la historia de aquella valiente mujer. Su año de nacimiento hay que rescatarlo del siglo pasado, 1923, allá tan lejano. Creció en una familia de clase media y se casó joven con un guapo amigo. Vivió años muy felices al lado de su amor, tuvo varios hijos hasta que la guerra le robó a su compañero de viaje. Triste, sola y con varios pequeños dependientes de ella, sacó fuerza de sus recuerdos y prometió salir adelante. Y así lo hizo. Montó un negocio de hostelería y sobrevivió a lo que ella llamaba lo imposible. Y así la premiaron, a la mujer emprendedora, yo hubiese añadido el adjetivo valiente ante todo. Tiró siempre hacia delante, con mucha tranquilidad, como si el tiempo no contara para ella. Y allí la tenía a mi lado, contándome su vida mientras le hacía una gasometría, con aquella actitud paciente y entregada. Miré el reloj de mi muñeca, y poniendo mi mano izquierda en aquella tersa piel de 94 años le dije: Juana, tengo que decirle una cosa... 
Ella me miró con aquellos ojos llenos de bellas historias y dijo: "dime, mi ángel". Sentí su ternura clavarse directamente en mi corazón, reconozco que nubló mis ojos más de lo que yo hubiese deseado en ese momento, pasé mi mano suavemente por su mejilla y le dije: !!!Feliz año!!!. Juana sonrió con sus ojos, bella, tranquila y dulce: "Felíz año, deseo que este año sólo te traiga cosas buenas". Me quedé mirándola, me atraía aquella serenidad, me preguntaba si realmente había visto en mí algún rastro de dolor enquistado, no lo sé. Salí del box para tramitar sus pruebas y allí la dejé, acompañada de su templanza. Un rato después volví a asomarme por allí, Juana estaba acompañada por una de sus hijas, una chica con la misma sonrisa dulce de su madre y casi sin darme tiempo a reaccionar, mi paciente le dijo a su acompañante: "mírala, es mi ángel". Me acerqué a retirarle la vía, ya se iba de alta, todo había salido bien. Estaba felíz por irse y yo me alegré de que el primer día del año estuviera con los suyos. Se despidió agitando su mano desde la silla de ruedas. La vi irse, quizás no la vuelva a ver, igual su edad no le tiene reservadas muchas navidades más, pero sí pensé: "ahí va una mujer valiente, una dulce dama plateada". Ha sido un placer pasar de año a su lado. Buena noche.