martes, 30 de diciembre de 2014

FELIZ AÑO

Vivimos un momento sanitario convulso. Lo sé, trabajo en ese sector. Los medios de comunicación repiten una y otra vez que los servicios de Urgencias no dan a basto, que los pacientes se hacinan en los pasillos, que los familiares exigen una asistencia más racional, más humana. Se regodean con imágenes de pacientes en frías camillas, en fila y pegados a la pared, donde la máxima intimidad que consiguen está debajo de sus sábanas. Lo sé, trabajo en ese sector. En la radio entrevistas a las familias de los pacientes, están cansados de esperar una cama que no llega, se desesperan al saber que hay plantas blancas cerradas a cal y canto para ahorrar personal, sus voces transmiten cansancio. En la prensa, fotos de salas de espera donde se mezclan los enfermos con los agotados familiares. Lo sé, trabajo en ese sector.
Si me lo permitís, voy a hablaros de lo que sé. Esas personas que corren entre las camillas, esas vestidas de blanco que vuelan sobre sus zuecos de colores, esas dianas que reciben más de un inmerecido dardo envenenado, esas a las que no conoces, pero a las que reprochas su frialdad en el trato, esas personas, decidieron un buen día de su vida trabajar cuidando a los demás, esas que se acercan al paciente sin miedo al contagio, se vacuna todos los años para no transmitir gripes a sus pacientes, que tienen días en los que no tienen tiempo ni para comer, esas que trabajan días, noches, festivos, veranos, inviernos, Semanas Santas, Nochebuenas, Fines de año, Reyes... esas personas a las que sus días no tienen fecha, sus semanas no tienen días, lo hacen por una decisión que tomaron un buen día para cuidar de ti y de los tuyos. Y no penséis que es tan fácil. Aunque nos veas correr por los pasillos, nosotras tenemos historias tan tristes y desgarradoras como las vuestras. El ser sanitario no nos libera de la enfermedad, de los dolores, del cansancio, de la tristeza, del desamor. También perdemos seres queridos, tenemos hijos que enferman y nos vemos obligados a dejarlos en casa mientras cuidamos de otros, nos gustaría besar a los nuestros al cambiar de año, ir de cena en los aniversarios o ver las caras de nuestros hijos al abrir su regalo de Reyes. Y también tenemos miedo de no ser capaz de cuidaros, de que no tengáis confianza en nosotros, de que no nos permitas ayudaros, de que tiréis la toalla y no queráis seguir luchando, de que os duela lo que os hacemos, de no saber interpretar vuestro dolor, de no entender vuestros silencios, de no saber leer en vuestros ojos, de que os molesten mis caricias, de que no pueda consolaros...
Cuando nos veas correr por los pasillos, sólo te pido que nos veas como lo que somos, personas que decidimos trabajar cuidando, con vosotros y para vosotros. No me digas cuando estés enfadado con el sistema que tú me pagas, que tomo café a todas horas, que dedico mi tiempo a pasear, que no me preocupo por mis pacientes, porque eso no es verdad, no es así. Yo no estoy en los despachos, ni tomo decisiones, ni aplico recortes, ni puedo decidir sobre pruebas, listas de espera, cirugías..., yo sólo estoy aquí para cuidarte, con lo que tengo, con lo que la administración me da, que siempre es poco. Yo puedo escuchar tus quejas, pero no está en mi mano la solución de todos los problemas. Puedo coger tu mano y darte ánimo, puedo acariciar tu cabello si te veo solo, puedo secar tus lágrimas si lloras, puedo hacerte sonreír si tu quieres, pero si tienes alguna queja sobre el sistema, a pesar de formar parte de él, yo no tomo decisiones.
Así que dentro de una horas, si acudes a un Servicio de Urgencias y ves que está saturado, no increpes al personal, simplemente párate a pensar que allí estamos para cuidarte y para mandarte de vuelta a tu casa lo antes posible, para que puedas celebrar con tu familia el fin de año. Nosotros seguiremos allí por si nos necesitas. Buena noche, y esta vez, Feliz Año a todos.

domingo, 28 de diciembre de 2014

NOCHEVIEJA

Se está acabando otro año, bueno, por ahí se va. Qué poco emotiva soy con los finales de año. A las personas les entra en estas fechas un deseo horroroso de abrazar y desear. Desean de todo: que el actual año acabe, que el otro más felíz empiece, comprarse un modelo negro con brillo para la noche, brindar con champán y oro, ponerse el horroroso gorro y soplar el matasuegras tradicional, me espeluzna. Se juntan familias, no me negaréis que SIEMPRE hay en cada familia un gracioso pedante que te hace replantearte el año que viene en familia, y juras por lo bajini que la próxima nochevieja te vas de crucero al Miño, el Nilo está imposible.
Si sales antes de la cena de nochevieja a tomarte un vino, es imposible evitar el besuqueo de la gente que no saludas en todo el año, pero que esa noche son como un imán. Atraviesan la calle a una velocidad vertiginosa para espetarte un par de besos enológicos plagados de buenos deseos para lo que está por venir. Siempre puedes recurrir a ese socorrido: ¡¡¡¡¡¡ Altoooo, stopppp, paraaaaa. Tengo ébola!!!!!!. Ni se inmutan, te besan igualmente. Me espeluzna.
Con un vino encima, las babas en las mejillas y tu traje negro brillante llegas a "la cena de las cenas" familiares. Holaaaaa, ya estamos aquiiií, empieza la fiesta. Ahí, en frente a tu cuñado, afuuuú. Te ve, sonríe, se acerca peligrosamente, extiende sus brazos, abre la boca para desearte unas felices fiestas y tú, giras rápidamente para entrar como una exalación en la cocina donde tu suegra se entrega en cuerpo y alma a las delicias culinarias. Pero cuidado, allí está tu cuñada que chirría tu nombre moviendo los brazos como aspas de molino. Rápido, plan B, otro doble giro con tirabuzón para encaminarte hacia el salón a dejar el abrigo y el bolso. Este tramo es mejor hacerlo mirando hacia el suelo, para no comerte el árbol de navidad y los graciosos renos que tu sobrina ha puesto debajo del árbol para que te esnafres como el año pasado.
A la mesaaaa...otra carrera, no soportaría sentarme al lado del tío pachuli, ese que te agarra la mano, al miras y con asombro ves como los bigotes de las gambas salen por la comisura de si boca mientras mastica las cabezas del crustáceo. Y el que te toca enfrente, que cada vez que se ríe, dispara perdigones de comida masticada mientras te quedas paralizada para que no se de cuenta que te ha escupido vente o treinta veces en la última media hora. "Holaaaaa tíaaaaaa...", sonríes, tienes que sonreír, es un niño, es inocente, pero tiene madre, aquella que no tragas desde nunca y se acerca el muy alma cándida y...puaggg, te tose en toda la cara, para que veas que malito está, mientras la madre sonríe al hijo y su expresividad.
A estas alturas, dudas entre desear que acabe la cena, o que acabe el año, o que acabe el mundo, ya todo da igual...
De pronto, alguien cual conejo de Alicia empieza a decir: ¡¡¡¡No nos da tiempo, no nos da tiempo, rápido, engullir la cena que van a dar las campanadas!!!!. Te quitan el plato de delante mientras te obligan a tragar el langostino con cabeza y cáscara, todo para dentro, que es calcio, dice la víbora escupidora que tienes enfrente, el niño te vuelve a toser y su madre se ríe como un violín chirriante. Coges la servilleta, ese trozo de tela que tiene dueño, pero que todos despistan y acaban limpiándose las uñas con la tuya, y te deslizan un plato con uvas tan grandes como melones. Ese pensamiento recalcitrante de todos los años: ¡¡¡¡Si piensan que este año voy a broncoaspirar van de lado, me haré un Heimlich a mí misma!!!!. Los cuartos, las campanadas...una, otra, otra y otra, hasta doce, y tú con seis uvas en el plato. Se abre el champán, y mientras aún tienes la sexta uva enclavada en el esófago, te obligan a beber un sorbo del líquido elemento y ahí, justo en ese momento es dónde se produce la química de la navidad: la uva baja por gravedad y las burbujas que ya han llegado al estómago vienen de vuelta, tienes que besuquear a tu familia, la uva se atasca , el gas quiere salir y de pronto...le das el beso a tu cuñado con una náusea, él se piensa que es de asco cuando realmente es pura supervivencia, por no morir ahogada en esta bonita noche familiar...
Ya la he liado, ya no me desean felíz año, me miran con esa cara de mapache de todos los años, ¡¡¡afuuuú, quiero irme!!!.
Este año estoy de guardia, como todos los años, para evitar esta magia de la noche de fin de año que tanto me gusta y apetece. Buena noche.

lunes, 8 de diciembre de 2014

NAVIDAD, DULCE NAVIDAD

Reconozco que no me gusta la navidad. No sé, quizás lo que me cansa es lo larga que se me hace, demasiado larga sí. Odio el panatone, no porque lo haya probado alguna vez, pero esas torres en los supermercados me marean. Cuando mis hijos eran niños, temía que la torre del dichoso postre cayera sobre ellos y los convirtiera en un "muffi de niño". Y los árboles con sus luces en octubre me provocan, me entra la vena pirómana, no sé, un deseo de plantarles fuego. Recorrer los pasillos del supermercado, dar la vuelta a la estantería de las galletas y saltarte los turrones a los ojos...no puedo, estamos en septiembre, Y la gente comprando esos polvorones intragables, esos mazapanes con formas extrañas, los dátiles, las pasas de corinto, el vino dulce...apuf. Carreras para colocar los adornos los primeros del mundo, niños con cuernos de arce por la calle, el papá noel haciendo globos en la plaza, las luces y la música, falta la música, esas canciones navideñas que te llevan a desear que los puñeteros peces que beben en el río se ahoguen de una vez...Y las cenas de empresa, esas cenas en las que te reúnes con todas aquellas personas de tu trabajo con las que jamás compartirías ni un café, pero que ese día te desean toda la felicidad posible, tras esos abrazos de brazos flojos y esos besos de moflete a moflete totalmente asépticos. Y te gastas tu paga extra y parte de la ordinaria en los regalos, alguno de ellos para miembros de tu familia a los que sólo ves esa navidad sentado en tu mesa, que a penas reconoces, a los que te quedas mirando fijamente intentando saber de qué familia vienen siendo. Pero eso sí, tienen un detallito de tu parte todos los años.
Y los sms, los whatsapp, los correos el día 24, el teléfono tintineando todo el día, deseándote, sí deseándote en esas fechas, deseándote feliz navidad, feliz año, felices fiestas, felicidad que rezuma por los poros, ainssss, es demasiado.
Y después aún quedan los Reyes, con lo poco monárquica que soy, tiendas abarrotadas de gente que regala cajas sin molestarse en mirar lo que hay dentro, pero cada caja con su nombre: Maruchi, Pituca, Churrusca..., coño, falta la caja de Jennifer....
La navidad, esa época de amor, paz, villancicos, árboles y estrellas, no me gusta. Sería navidad si todo el mundo pudiera disfrutarla, si todas las personas tuvieran una cena digna en nochebuena, si no hubiera gente durmiendo en las calles ni niños sin regalos, si tuviéramos el espíritu necesario para compartir, si este puñetero gobierno ayudara a todas esas familias que agonizan, si todo el dinero robado por los chorizos de este país fuese devuelto y reinvertido en causas sociales, pero eso no es la realidad, no lo es.
No me gusta la navidad, no me gusta el sentimiento que me provoca. Ojalá fuese real su magia, pero la magia no es real...buena noche.