jueves, 7 de junio de 2018

ARISTAS

Descubriendo las aristas, fina forma de describir como me siento. Hoy, día extraño. Amanecí cansada, quizás el cuerpo no llegó a apoyarse del todo en la cama esta noche. No tengo la cabeza ni el alma en paz, y no por culpa, sí por falta, sí por añoro.
Llegué, buenos días paso a paso hasta mi lugar, tarareando aquella canción que duele si la hago consciente, la que no puedo evitar porque me niego a olvidar. Y allí me senté, vacié mis bolsillos, apoyé el móvil y cogí aire. Llegó un mensaje, estaba fuera. Pasó, lo llevé a quién debía y salí cerrando la puerta que protegería su intimidad. Pronto recibí una orden y me puse con él. Estaba nervioso, asustado, se veía en sus ojos, tenía la necesidad de que aquel dolor cesara y de que su diagnóstico llegara. Puse mi mano sobre su brazo, no agarrándolo, sólo para  intentar transmitirle el calor de seguridad que precisaba. Acabé mi trabajo y le tocó esperar por resultados. Mientras, caminé hacia mi puesto susurrando la canción que vive en mis labios cuando vi la camilla y aquella mujer custodiada por tres familiares llenos de lágrimas de tristeza infinita. Conocía a uno de ellos, pero me llegaba tan sólo uno para notar el dolor de todos. El hijo se secó los ojos y comenzó a contarme con voz entrecortada que no tenían que estar allí, que los esperaban en otro hospital, que ...Le sujeté la mano suavemente, casi un roce,él me miró con los ojos llenos de dolor y le expliqué que haríamos lo que me pedía, pero por orden. Primero tratar el dolor de su madre, y después tratar el suyo, llegar a su zona de confort donde su miedo, su ansiedad y su impotencia disminuirían sensiblemente. Y así fue, y cuando ella calmó su dolor, la llevé a dónde la esperaban. Y me cogió la mano y noté su calor, y me la acarició con agradecimiento, y llenó mis ojos de lágrimas que tuve que tragar para no descubrir su despedida definitiva.
 Volví a mi lugar, un padre sujetaba en sus brazos una bebé minúscula, la agarraba en sus brazos enormes con una dulzura infinita, protegiéndola de cualquier daño, siendo también la pequeña la que lo protegía a él de la rabia con la que hablaba de cómo los habían tratado. Mientras la madre lloraba asustada  agarrada al carrito del bebé, pidiendo ayuda en silencio, sin palabras, sólo con su pena. El tenía tanta rabia contenida, tanta impotencia retenida, tanta fuerza a punto de estallar que pensé que de allí no saldría nada bueno. Me posicioné del lado del miedo, no pude hacerlo del lado de mis compañeros porque entendía a los padres, los entendía a ellos, yo había sentido ese miedo, esa rabia, esa impotencia. Me acerqué a la madre y le cogí las manos, dejando las suyas abrazadas por las mías, las medié entre las dos, cogió un soplo de aire entrecortado y dejó de llorar. Le sequé las lágrimas, la abracé y le dije que la pediatra la atendería y solucionaría sus dudas. Más tarde los vi a los tres en otra zona del servicio, abrí la puerta, me invitaron a entrar, ahora era su espacio, la madre daba el pecho a su hija y el padre las miraba con orgullo. Hablé con ellos, ya estábamos en otro momento, había calma, empatía y agradecimiento. Me acerqué y acaricié aquella pequeña cabeza, les conté brevemente mi lucha y nos despedimos. La mamá me dijo: "ojalá tengas suerte". Le sonreí, ojalá es mi palabra mágica y me fui a buscar los resultados de mi primer paciente. Ya tenía su diagnóstico y su nueva cita para tratar su problema. Se acercó a mí y me dio dos besos, se giró hacia la pared y comenzó a llorar. ¿Qué te pasa?, le pregunté. Su respuesta fue demoledora: " todos os portáis tan bien conmigo y yo no hago nada por vosotros. Mi madre te adoraba, la cuidabas, siempre hablaba de lo buena que eras con ella". Le toque la cara con mi mano, acariciando aquellas bellas palabras, y lo abracé. Era un abrazo necesario desde hacía mucho tiempo, era una paz que quizás los dos necesitábamos darnos, era un consuelo prometido.
Miré el teléfono, mi hijo no se encontraba bien, le mandaba mensajes para intentar cuidarlo y mimarlo con mis palabras, pero mi necesidad era llegar a casa para agarrarlo de la mano, para jugar con sus dedos, para empaparme de él. "Ya falta menos, mi vida, no tengas miedo".
Mi amiga tenía a su hija enferma. La conozco, la noto asustada, no quiero que tenga miedo, quiero que tenga tranquilidad y confianza. Me senté en la camilla y le cogí el brazo a su pequeña. Le expliqué lo que tenía que hacerle, con calma, sonriéndole, acariciando aquel pequeño brazo. Y se dejó hacer con tranquilidad, le acaricié la cara y salté con mis dedos de su barriga a su nariz, consiguiendo una sonrisa entre tanto malestar. Y ya pasaba de mi hora, mi hijo me esperaba, pero ella era mi amiga hermana, y su niña estaba enferma, el mío también pero aún así, no podía dejarla hasta que todo estuviera encaminado. Así fue, me despedí, cogí mis cosas y miré el teléfono. Mi hijo me necesitaba y yo no estaba allí. Alguien me dijo "pero aún estás aquí, vete a casa con tus niños, anda". Asentí con la cabeza y sonreí. Sí, quizás necesito que me abracen, quizás hoy necesito que me agarren la mano, quizás necesito una caricia en la cara, quizás.... Buena noche.

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