martes, 26 de junio de 2018

REFLEXIONES

Las manos, la parte más íntima, el centro de mi sensación, la caricia más intensa, la piel de seda del corazón, la máxima expresión de entrega, las manos, el todo a veces tan lleno, otras tan vacío.

De niña me sentaba allí porque mi hermano mayor y sus amigos me decían que notaría como alguien pasaba por detrás y que cuando me girara, nadie habría. Ahora me siento, y quiero notar como pasa a mis espaldas, cierro los ojos para creer que ocurrirá, más cuando los abro, nadie ha pasado, triste sensación de soledad.

Patricia es una mujer maravillosa, tierna, sensible, valiente. Quería curar sus "pupas". "¿Me ayudarás?", me dijo. La cogí de aquella pequeña mano, "por supuesto, bonita". "Pues no te olvides de mí", me dijo girando su cabeza de lado sobre su hombro. "Jamás te olvidaré, te acabas de quedar grabada en mi vida". Patricia tiene Down, Patricia es mágica.

Lo intenté, Dios y el demonio lo saben, quise darle la vuelta a aquel desaguisado,más nada hay que tenga dos caras iguales, más tampoco existe la ficha perfecta que encaje en un vacío. Así todo, espero.

Creo fielmente que los imposibles están llenos de cobardes. La necesidad de intentarlo una y otra vez me dará la seguridad para levantar la mirada, para poder caminar firmemente sin tener miedo a tropezar con mis propios pies.

Tengo que apurar, debo darme prisa, tengo que encontrarte antes de que te despiertes. Si no, corro el riesgo de perderme.

Y cuando tú naciste, generaste en mi un torbellino de sentimientos, dónde se mezclaba la deseada bienvenida con la soledad más doliente. Lloré tu alegría y mi pena. Sequé las lágrimas, besé tu cabeza y comenzamos la más bella relación de amor existente.

No era su país, ni era su casa, quizás tampoco el hombre que ella esperaba. Ella no tenía papeles que le dieran derecho alguno, y él la tenía "enganchada" a su vida por una cadena de esclavitud para siempre jamás. Le dije que saliese de allí, que su cuerpo no tenía dueño, que su príncipe no debía tener puños de los que provocan dolor, que buscara el amor de las caricias, el de los abrazos, el de la sonrisa. Salió de allí para volver a la misma cueva en la que nunca debió entrar. Lo siento pequeña.

Claro que volveré allí, donde tengo reservada mi mesa, dónde el aire huele a mar, dónde el sol se cae por el horizonte. Si quieres, te invito a compartir conmigo el silencio alguna vez, creo que es la única forma de entenderte, cuando nos callamos.

Y cuando esté cansada de andar y el camino se haga estrecho y agobiante, quiero encontrarte hermano y tumbarme a tu lado para ver aquel cielo que una vez me prometiste. Contaremos las estrellas y buscaremos otros mundos más brillantes. Prometo buscarte, aunque no pueda regresarte.



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