sábado, 17 de diciembre de 2016

VEN A MI CASA EN NOCHEBUENA

Otra vez la navidad, otra vez a vueltas con las buenas intenciones, con el "¿a dónde irás a cenar?, vente a mi casa, que donde cenan quince, cenan doscientos". Otra vez a desear que los pastorcillos lleguen al río lo antes posible para que los puñeteros peces no se beban todo el agua y se ahoguen, a comprar regalos de forma robótica antes de que llegue el 24, día en el que si no haces un regalo te caerá el sanbenito de ser la "cutrefamiliar" del año, otra vez a cocinar toda una tarde para la familia, mientras tragas como un pavo un martini tras otro, te da la llorera de todos los años y contestas a los mil y un whatsapp que recibes, dónde siempre hay unos cuantos a los que tienes que contestar: "mira, no sé quien eres, no te tengo identificado en mi agenda, y además estoy bebiendo martini, cocinando y llorando, pero a pesar de no saber quién eres, te deseo que seas muy felíz y que disfrutes de la navidad con tu familia. ¿Por qué tienes familia, no?. ¿Eres feliz?.¿Estás sólo?. ¿Quieres venir a cenar a mi casa?, porque donde cenan quince cenan doscientos... uno".
El menú de la gran cena, esa es otra. Hay platos que repito año tras año a petición de los comensales. El salmón marinado, una delicia, cuando te lo ponen en un plato delante, claro. Para mí supone ir al supermercado y encargar medio salmón de esos que pesan ocho kilos, explicarle a la pescadera que lo quieres sin espina abierto como un libro, aguantar como te mira de reojo como diciendo: "mira nenita, me vas a enseñar a mi a limpiar un salmón para marinar?". Y va la tía, y después de hacerme sentir como una idiota, te parte el salmón en dos lomos y se queda tan ancha, en fin. Lo marinas durante 24 horas, lo limpias y lo cortas en finas lonchas. Y ya, al 24, lo sirves en un plato delante de los comensales y te quedas esperando con las manos delante de tu nariz, la opinión. Siempre es buena, siempre tardo días en quitarme eso olor a salmón de mis manos, maldita sea...
Las zamburiñas a la plancha, no es por lo que tardas en hacerlas, es por el coñazo de estar abriendo zamburiña tras zamburiña, con esas conchas que son como cuchillas, que te dejan las manos como si hubieras saludado a Eduardo Manostijeras. Con las manos destrozadas, y con tres platos pendientes por preparar, tengo que tratarme las heridas porque soy enfermera y sé de curas: lavo mis manos con agua templada y jabón, me enrosco dos paños en las manos y mientras espero que cese la hemorragia, anestesio el dolor con otro martini.
A estas alturas, los camarones que he sacado del arcón congelador, están saltando en el cuenco. ¿Pero qué digo, si están congelados?. Me importa un bledo, si Disney se congeló para volver a la vida, por qué mis camarones no pueden hacerlo si quieren los pobres..., voy a beber un poco de agua, sí, será mejor...
Mientras, las almejas que he dejado lavándose en la bañera, se han dedicado a echar chorros a diestro y siniestro, como si tuvieran la obligación de beberse todo el agua. Las miro con cara de enfado, las miro, las mir..., para qué coño las miro, si no tienen ojos, ni boca, y a ellas les importa un bledo mi cara de enfado, si no tienen cerebro, me ignoran...a veces me enfado más y como venganza echo una avellana en el agua y miro como se pillan la lengua con sus conchas. Me río como una bruja por la maldad de mi acto en esta noche de paz..., a estas alturas ni me acuerdo de por qué estoy cocinando...
¿Y cómo se hacen las almejas?. Pues a la marinera, con cebollita bien partida. Yo no sé que les pasa a las cebollas en navidad, pero sólo con mirarlas me hecho a llorar. Ahora es cuando tengo que ponerme el traje NBQ para pelar las cebollas: mandil plastificado, guantes, gafas de bucear con nariz de plástico y mucha paciencia. Lo sé, lo sé, soy muy exagerada, pero os juro que aún vestida de esa forma mis ojos se irritan y lloro hasta que las lágrimas alcanzan un cierto nivel en las gafas, en el que tengo que parar.
Una vez que todos los platos se están cocinado, que mis manos apestan a salmón, que mis ojos están llenos de churretes de rimel por los llantos, que mis muslos están llenos de moratones debido a los golpes con los tiradores de la cocina, que mi cabeza no encuentra la estabilidad óptima, y que he mantenido una conversación con las almejas como si fueran mis mejores amigas, llega la familia. Llaman  a la puerta y  los recibo con una enorme y cálida sonrisa, "Feliz Navidad, por qué estamos en navidad, no????". Del resto, ya os contaré.
Buena tarde.

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