Dormir una noche sin que nada la despertara se había convertido en un deseo casi imposible, sin embargo aquella no había sido una de las peores. Aún así, a media mañana el cuerpo le pesaba un poco más de lo ya habitual, los pasos no parecían ágiles y una niebla espesa orbitaba a su alrededor, todos ellos sutiles indicios de que el cuerpo suplicaba una pequeña desconexión.
Agarró la botella de agua y bebió como si aquel sorbo le proporcionara el empujón definitivo de vitalidad que necesitaba. Y así siguió pasando la mañana, con minutos que se iban multiplicando en cada segundo hasta que llegó la hora de volver a su mundo.
Cerró la puerta con las últimas fuerzas que le quedaban ese día, un portazo inútil que hizo que la puerta volviera a abrirse, como si quisiera burlarse de su debilidad. Suspiró una última vez, cogió aire profundamente, la agarró con ambas manos, frunció el ceño para mostrar su enfado, empujó está vez con una rabia foribunda hasta conseguir cerrarla de un golpe seco. No faltó una mirada atrás para comprobar que nadie hubiera presenciado aquel gesto tan poco femenino...
Llegó al vestuario como si hubiese atravesado cinco valles, tres ríos y dos veredas. Introdujo la llave en la cerradura de la taquilla y sintió como si hubiera abierto un sendero hacia la libertad. Sonrió tímidamente cuando echó un ojo a la ropa que colgaba de las perchas, todo liviano; sandalias, sol, mar, aún se respiraba verano, lo que parecía devolverle a la vida.
Salió a la calle para recibir el primer bofetón de calor, colocó las gafas de sol sobre sus eternas ojeras y tomó el camino entre los árboles que la llevaban hasta el aparcamiento. Una suave brisa, el ruido chirriante de unas ruedas sobre el asfalto y el final del camino que acababa en un paso de peatones. Miró a la derecha, a la izquierda y se dispuso a cruzar. De nuevo volvió a escuchar el chirriante ruido, levantó la mirada y vio como un coche azul se acercaba a toda velocidad. Tuvo un mal presentimiento, apuró el paso y al llegar a la acera, el conductor dio un volantazo injustificado dirigiendo el coche hacia dónde estaba ella. Dos fugaces segundos para pensar ¡corre!. Y así lo hizo, dudando de la agilidad tantas veces cuestionada y de si realmente le daría tiempo a esquivar un atropello seguramente mortal. Sus pies volaron hasta la acera mientras otro volantazo hizo que aquel descerebrado conductor corrigiera su trayectoria. Ella quedó paralizada mientras aquel coche se dirigía de nuevo hacia una segunda víctima que se encontraba unos metros más allá.
Aún con el susto en el pecho, se sentó al volante en silencio, intentando entender aquella actitud. Había sido una larga jornada de trabajo y sus pies pesaban más que cualquier otro día. Deseaba volver a casa, comer algo y descansar olvidando todo lo ocurrido. Pero no pudo evitar pensar en las consecuencias de aquel alcance, quizás no hubiese llegado hasta la acera, ni al coche o ni tan siquiera a su casa.
Quizás hubiesen alertado a su hijo de una salida en ambulancia para atender un atropello cerca del hospital. Él nunca sospecharía quién era la víctima a la que debía atender, o simplemente quién sería la persona que ya no necesitaba ser atendida. Y mientras se enfrentaba a uno de los peores momentos de su vida, el conductor del coche azul estaría sentado a la mesa en su casa con la familia sin inmutarse por la barbaridad cometida.
Ella ya no estaría, sus hijos habrían perdido a su madre, mil planes quedarían aplazados para siempre, muchas palabras sin decir y abrazos que flotarían perdidos en el aire.
El coche volvió a pasar por delante de aquella mujer asustada con la actitud chulesca de un adolescente que quiere comerse el mundo. Mal sabe que la propia vida puede devorarlo en una décima de segundo. Se fue como vino, vacío, cruel, dañino.
Ella tuvo suerte, llegó a casa y llamó a su hijo. Sólo necesitaba oír su voz otra vez y decirle que lo quería de todas las formas queribles. Él escuchaba en silencio sin entender el motivo de aquella llamada. Ella colgó el teléfono y se tumbó en el sofá verde, aquel que curaba todas las heridas de vida. Y se quedó dormida
Buena noche.