martes, 18 de febrero de 2025

MAGIA

Llegó nerviosa, cabizbaja, traía un pañuelo de papel entre sus manos que no dejaba de retorcer y lo miraba continuamente como buscando consuelo entre sus dedos. 

La miraba de reojo mientras acababa de atender a otra paciente. Me llamó la atención la tristeza que transmitía, como si estuviera envuelta en un cielo de nubarrones grises que amenazaban pronta tormenta.

La llamé por su nombre, levantó la mirada y se encaminó hacia mí agarrando su pañuelo como si fuera su tabla de salvación.

"Hola, te lo voy a explicar todo, ¿de acuerdo?". Faltaban menos de 5 segundos para que aquellos ojos se desbordarán sin remedio, y así ocurrió. 

Mientras se ahogaba entre lágrimas desesperadas me iba contando lo angustiada que se encontraba. Sin mirarme y con su mente envuelta en recuerdos  pasados me dijo que la vida no había sido justa con ella y que "lo de ahora" era lo que había desbordado el vaso de sus miedos.

Bolígrafo en mano, folio doblado, empecé a escribir siglas, grados, tipos, dibujando lo que ella tímidamente me iba preguntando, llenando aquella hoja de respuestas, sonrisas tibias, caricias de consuelo y alguna que otra palabra de esperanza.

Mujer de cuidar a todos los ángeles terrenales, nunca se había mirado al espejo para verse a si misma, ni había percibido las cicatrices de vida que la definían. Le hablé de lo que se veía reflejado, de la pérdida de identidad, de intentar verse a si misma como un ser con vida propia.

De pronto se levantó la camisa y me enseñó su pecho lleno de cicatrices, dónde se podía leer la historia de una lucha terrible y no muy lejana. ¿Qué te parece cómo me los han dejado?. La miré a los ojos, sonreí, me acerqué a ella y le dije: "dame el nombre del cirujano, tengo que recomendárselo a unas cuantas pacientes". Su rostro se iluminó, su gesto se relajó, sus ojos se cerraron con aprobación y prometió traerme los datos en la próxima cita.

Me levanté, ella saltó como un resorte de la silla para acercarse a mí y sin pudor, me  abrazó con fuerza y con una ternura exquisita. Como un continuo, agarró mi cara con sus dos manos y me besó la mejilla con una delicadeza angelical, con uno de esos besos sonoros típicos de las abuelas. Ella misma se sorprendió de la reacción, se puso colorada y comenzó de nuevo a llorar, pero está vez de emoción por la tranquilidad que percibió en las palabras. No pude más que volver a su abrazo para que esas lágrimas cesarán, su sonrisa volviera a surgir y se recompusiera del momento. Se puso el abrigo, le recoloqué la bufanda en su cuello y me lanzó un beso por el aire mientras se iba.

Con todo esto, no me había dado cuenta de que en uno de los sillones de la sala estaba esperando sentada mi siguiente paciente. Me acerqué a ella mientras se secaba los ojos. ¿Estás bien?, le pregunté extrañada. Con un pañuelo de papel se secó los ojos y dijo: "me  emocioné, siempre lo consigues". 

Le guiñé un ojo, sonrió con complicidad, se agarró de mi brazo y dijo con voz templada, "este lugar tiene mucha magia". 

Y no saben que la magia la generan ellos.

Buena noche.


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