"¿Te puedo dar un abrazo, te importa?". Se quedo en frente de mí, tratando de encontrar la respuesta en una sonrisa, pidiendo un permiso innecesario para dar ese paso inseguro. "Claro que sí, en este lugar se dan muchos abrazos". Eran unos brazos desconocidos, pero esa no es la cuestión, ella necesitaba ese abrazo, y yo que me he vuelto un poco sentimental con la edad, le ofrecí ese calor que su rostro pedía a gritos. Me apretaba fuertemente y yo le correspondí con la misma intensidad, cómo si realmente fuese yo la necesitada de esa protección, tal vez, quizás era así...
"Gracias, vendré todos los meses a verte, aunque no tenga que venir a nada, vendré. Es que me transmites mucha tranquilidad, necesito estos abrazos. ¿Cómo voy a estar cuatro meses sin ellos?". Una sonrisa fue mi respuesta.
Me quedé mirando el desparpajo de su caminar, la elegancia con la que entraba en "la edad mayor", le mandé un beso por el aire mientras volvía a la pantalla del ordenador. Un trago de agua, coger aire profundo y saber que has ayudado a otra persona, es bonito como poco.
No tardó en llegar apresurado, "perdón, perdón, sé que llego tarde". "Tranquilo, aquí nunca se llega tarde, siéntate y coge aire". Se desplomó en el sillón como si hubiera agotado toda la energía de un cuerpo ya consumido por la enfermedad. Le acerqué un vaso con agua, levantó la mirada y susurró un "gracias" mientras el primer sorbo le recuperaba la palabra. "Mira que sois raros en este servicio", me espetó cuando recuperó la voz. "A buena hora me hubiesen dado un vaso de agua en otro lado..., me hubiesen reñido por llegar tarde". Le contesté que "en este lugar no tenemos prisa, mejor si llegas a tu hora, pero si te retrasas un poco, te vamos a atender lo mejor que podamos". Sonreí, le guiñé un ojo y él correspondió con una dulce mirada. "Ojalá todos fueran así, que digo, con la mitad llegaba'...
Por la puerta entraba Sara, una niña de 10 años con una vida consumida demasiado pronto y comenzando otra nueva gracias a una buena familia, de esas que fueron generosas en el peor momento de sus vidas.
Un desparpajo andante, "hola, ¿no me vas a hacer daño, verdad?". Se sentó en la silla, alcancé otra y me senté a su lado. Le cogí su pequeña mano, agarré el dedo meñique suavemente. "¿Cómo te parece este dedo comparado con los otros?". "Débil ", me respondió buscando una aprobación a su contestación. "Inteligente respuesta ", le contesté. "Está eres tú, y quiero convertirte en un pulgar grande y fuerte. Puede que te moleste lo que tengo que hacerte, pero es necesario para que no enfermes".
Me miró con entrega.
"Ya, ¿te ha dolido?".
"Nada de nada. ¿Ya soy un pulgar?".
"Ya eras pulgar cuando entraste, Sara".
Se levantó y en medio de la sala, se giró y me mandó un beso por el aire que sabía a abrazo. Le mandé otro que se cruzó con el suyo. "Hasta la próxima, bonita".
"Hola, creo que tengo una cita aquí". Los nuevos pacientes temerosos son muy fáciles de reconocer por la mezcla de prudencia y una expresión de miedo contenido.
"Hola, sí claro, es aquí. Siéntate mientras veo tu historia". No hacía falta que la leyera, su aspecto y la mirada al suelo la delata. Fui a buscar su tratamiento, me senté frente a ella, dejé la caja a un lado y le contesté a todas las respuestas que sus ojos me pedían sin articular palabra. Cogí sus manos nerviosas que jugaban con unos dedos que sudaban miedo, puse mis manos sobre los suyas para que la tranquilidad le diera la oportunidad de preguntar. Y así fue, su boca liberó el miedo mascado en la última semana y esbozó una tenue sonrisa. "Gracias, nadie me lo explicó así. Ya estoy más tranquila, gracias por perder tu tiempo conmigo, seguro que tienes muchas cosas que hacer".
"Sí, parte de las cosas que tengo que hacer es explicarte todo lo que necesites saber para que tu corazón recupere el ritmo y tus manos vuelvan a estar calientes. En este lugar no caben las dudas, siempre tendrás una respuesta. Y si no la sé, la buscaré por tí". Su respuesta fue una dulce sonrisa.
Después ponerle el tratamiento, la acompañé hasta la puerta. "¿Puedo darte un abrazo?". "Por supuesto", le contesté. La abracé con la ternura que necesitaba, con la fuerza suficiente para que se sintiera protegida es un lugar desconocido, que pronto le aportaría seguridad.
Se fue sonriendo, otra sonrisa ganada al miedo. Es hora de recoger, mañana estoy segura de que habrá más besos volantes y más abrazos que curan. Y no solamente a ellos...
Buena noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario