Alejarse de los recuerdos no es la solución, es huir de una parte de la vida de cada uno, de los momentos vividos, buenos, malos o peores, un intento de borrar lo que la mente se empeña en devolver, y con una valentía comedida, la mejor opción es aceptarlos.
Hoy hace tres años de un mal momento en el que casi se acaba mi historia. No es un aniversario, es tan solo un recuerdo. Mi hijo mayor me contó tiempo después un sueño en el que Juan tiraba de mí hacia el final, mientras ellos me agarraban firmemente para retenerme. Finalmente él lo entendió y me soltó. El impulso de mis hijos hizo que volviera hacia el lugar seguro y me quedara con ellos. No hubo palabras, sólo una mirada y su dulce sonrisa, fueron suficiente motivo para entender que no quería dejarles. Quizás quería medir sus fuerzas, quizás arrancarme de la vida para no volver a perderme, quizás mi hijo necesitó sentirlo así, nunca lo sabré ...
Fuimos a la conferencia un lunes y en el camino de vuelta, mi hijo me preguntó quién querría que viniera a buscarme cuando llegara mi hora. Le contesté que... , sin dar tiempo a mi respuesta y sin a penas coger el aire necesario para decir algo sensato, me contestó que él querría a Juan o a su abuela. Le sonreí con complicidad y le susurré guiñándole el ojo que mi hermano y Juan serían mis elegidos, que ambos me transmitirían la serenidad precisa para soltarme de lo material y sentir la paz necesaria para olvidar lo que un día gris perdí. Unos días después se lo comenté a un buen amigo y me afirmó quién sería mi tercera persona. No, le respondí, esa persona no. Me sorprendí a mí misma con la rapidez de la respuesta, no, le repetí varias veces. Su cara fue de sorpresa, mi contestación me hizo volver a tiempos muy lejanos, tiempos ocultos en un lugar profundo al que no quiero volver. No, no sería mi tercera persona ...
Mi hijo menor, siempre quiso hacerse un tatuaje, y la semana pasada se lanzó a ello. Me mandó una fotografía, su primer tatuaje sería dedicado a Juan, quería llevarlo en su piel para siempre, eso me emocionó porque él nunca se hubiera imaginado lo que aquí dejó, lo que nunca había tenido antes de llegar a nuestras vidas. Lloré en silencio, porque he aprendido a llorar hacia dentro, sin que nadie lo perciba, a hablar de y con él susurrando en soledad, siempre de forma prudente.
Mis hijos se acuerdan de él sin dolor. Uno se tatúa su guitarra en el brazo, esas que acariciaba con cariño y respeto, otro quiere que sea él quién le dé serenidad cuando se vaya, y yo, yo sólo quiero que lo recuerden como ellos deseen, de seguir queriéndolo ya me encargo yo.
Pudo haberse acabado mi historia un veintinueve de septiembre de hace tres años, un momento en la que mi vida poco me aportaba, en el que me pesaba más la pena que el ser feliz, en el que una simple brisa podía haberme derribado.
Hoy camino sola recordando en cada paso a quién me daba tranquilidad, sosiego y paz en mis tormentas, he aprendido a hacerlo de forma lenta para no perder el equilibrio que él me proporcionaba, teniendo claro que no habrá jamás una persona que me demuestre tanto amor, admiración y agradecimiento como él lo hizo. Sigo viendo el brillo de sus ojos en mis recuerdos, algo que no dejaré apagarse, que se quedará conmigo para siempre.
Pudo haber sido el final de mi historia, pero ellos tenían más fuerza y él dejó de luchar por un amor que vive en su sueño eterno. Gracias por entenderlo.
Buena noche.
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