martes, 7 de noviembre de 2017

CUATRO PALABRAS

Mientras desayunaba, leía las palabras que el actor Antonio Banderas le dedicaba a su madre tras el fallecimiento hace unos días. Eran palabras llenas de recuerdos y con un aviso de esos que se te clavan en carne: "Dile que la quieres". En cero coma dos mi cabeza completó esa frase: " dile que la quieres mientras la tienes, repíteselo mil veces a los ojos, mira como te acaricia con las palabras, abrázala intensamente, ocupa todo tu tiempo en ella, huélela, saboréala, disfrútala, porque después la echarás de menos y todo te faltará. Ese es el error que cometemos una y otra vez, creyendo que siempre tendremos a todos a nuestro lado. No la sueltes, baila con ella, mírala a los ojos y dile que la querrás siempre". 
Y me hizo pensar y correr hacia el ordenador para escribir sus palabras, y con cada palabra, una bofetada a todos los que dejan escapar vidas entre sus manos. El paso de tener a recordar y añorar es parte de la vida, pero lo convertimos en una simpleza casi burda e insultante. Recuerda y añora cuando no esté, pero cuando hayas consumido hasta el último segundo con esa persona a la que le dedicas las palabras más emotivas, sea quién sea, disfruta con el tipo de amor correspondiente al añorado. Está bien respetar silencios, con ellos respetas la íntima libertad de la persona que tienes a tu lado, pero a veces, o casi siempre es una pérdida de tiempo. ¿Cuánto darías ahora por escuchar la voz del que ya no está, mantener una conversación aunque fuera por unos segundos, cuánto no darías por abrazarlo, olerlo, sentir su calor, cuánto no darías por aquellas risas interminables que acababan en un llanto trágico-cómico cuando llevábais la conversación hasta la parte más absurda del sinsentido, cuánto no darías por caminar a su lado tropezando o exagerando un empujón sólo por ese contacto de un segundo que hace que lo recuerdes toda la vida?.
Cúantas palabras quedaron por decir, las que no te atreviste a pronunciar nunca, las que callabas con tristeza porque no era el día, o simplemente tendían siempre a la mala interpretación. Cuántos silencios absurdos al ver pasar a gente que ni si quiera conoces, buscando algo en el aire en lo que fijarse, dándole espacio a tu compañero de mesa.
Los silencios deben ser personales, íntimos, de sofá y manta, de soledad, de un vino consigo mismo o contigo. Cuando tengas a tu lado a tu amor, sea quién sea, al que quieras, a la persona a la que ames, a quien te erice la piel por tenerlo cerca, le aconsejo que disfrute de tu olor, de tu calor, que te revuelva el alma y te ponga la vida patas arriba. Abrázala, siéntela, bésala, cuéntale, dile, acaríciala, memoriza cada parte de su cuerpo, cada lunar, cada sonrisa, y guárdala ahí, dónde los sentimientos no se pierden, donde los recuerdos se graban a cincel y martillo, dónde reposan y sedimentan los recuerdos.
Siempre alguien se irá, la marcha es una cola sin orden, es un fino hilo que se rompe de pronto, un paso de un momento a otro, y eso supone un desastre para los que se quedan, porque nunca te han preparado para ese momento, nunca se acaba de contar todo lo que te hubiera gustado que supiera, y no hay vuelta atrás, lo que no se ha dicho no permanece. Así que habrá que olvidarse de tanto silencio personal, de tanto intimismo de postín, de tanta introspección innecesaria y comenzar a decir lo que nos hierve dentro. Dile que la quieres, pero díselo YA.
 Buena noche.

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