jueves, 12 de mayo de 2016

ENFERMERIA

Soy enfermera. Lo soy porque me gusta, me enamora, me emociona mi profesión. Y sí, he llorado varias veces en mi trabajo. También he reído, he acariciado, he sentido mariposas en el estómago y mucho dolor ajeno. Recuerdo nombres y caras de personas que me han calado tan hondo que ya forman parte de mi pasado. Recuerdo aquel hombre que se sentó en la silla posando su libro releído de La Guerra de las Galaxias y al que le dije que me contara que le ocurría. "¿Desde el principio, quiere que le cuente todo, está segura?. "Todo lo que usted quiera contarme", le respondí. Recuerdo a su mujer, delgada y asustada apoyada en su hombro. Le dejé hablar, me contó más que sus dolencias, sus miedos, sus temores.No le interrumpí, él necesitaba hablar, y yo necesitaba escucharle. Días después este hombre se convirtió en un paciente crítico, sus temores se habían cumplido, y el miedo de su mujer se convirtió en realidad. Me acuerdo de él y me siento privilegiada porque me dejara compartir con él unas de sus últimas sonrisas, un preciado regalo.
Recuerdo adolescentes pasados de rosca, llenos de prepotencia artificial, desaliñados, crecidos, manipuladores, escupiendo ignorancia, dañando su cuerpo para demostrarles a los otros que ellos eran los que más aguantaban..., bah, absurdas historias vacías de contenido.
He compartido palabras con personas que duplicaban mi edad, llenas de sabiduría e historias que dan vértigo, como hablaban de sus pérdidas, de su caminar diario, y decirlo con una calma y una serenidad que rozaba lo incomprensible. He acariciado manos tersamente arrugadas, frentes con surcos profundos de soledad, corazones rotos de amor, palabras cargadas de tristes recuerdos.
He vivido la despedida más triste, la de un padre y su hijo que decían adiós a una madre a la que la vida decidió llevársela demasiado pronto. Como cogían su mano inerte, como besaban su frente, como buscaban una mirada que le explicara el por qué. Y en un acto de valentía firmaban mantenerla "viva" para regalar a desconocidos lo que ella ya no necesitaba. Mi admiración por siempre.
Dos pacientes, dos mujeres de edad similar, una había perdido a su bebé, la otra se enteraba de su embarazo. Dos sentimientos encontrados en un mismo espacio. Para una un abrazo de consuelo, para la otra un guiño de felicidad. Una dualidad difícil de compartir.
Una mujer maltratada por un desgraciado ignorante, por un animal irracional, por el creerse dueño de vidas ajenas, por demostrar que su puño tiene más poder que su abrazo. Y no podía respirar, me lo decía entre sollozos. Le pregunté: ¿lo vas a denunciar?. "Miedo", fue su respuesta, "tengo miedo". Hablamos un buen rato: "tu miedo alimenta su fuerza y su poder. No se lo permitas, eres libre, vete, te ayudarán a esconderte, podrás empezar de nuevo, no lo necesitas". No sé si lo hizo, si siguió en el mismo mundo no quiero saberlo.
Una madre que enfermó a su hijo durante años, tumores que no existían, historias que no cuadraban, metástasis que no se veían, el adolescente totalmente entregado al delirio de su madre, anulado en una vida irracional. Fue descubierta. Hoy el adolescente es felíz, sano y libre de ideas contranatura.
Era muy joven, siempre venía buscando aire, sus pulmones eran de esparto, no respiraba. Estaba en una lista de espera que no progresó para ella. Demasiado tarde, no tuvo la oportunidad. Descansa pequeña.
Soy enfermera. He vivido experiencias realmente escalofriantes, otras que me han enseñado a replantearme mi vida, situaciones en las que he necesitado la caricia tanto como el paciente, me han contado vidas asombrosas, y otras de desesperanza. He sentido impotencia, me han provocado escalofríos, me han hecho llorar y reír al mismo tiempo, me han emocionado, he aprendido a escuchar en silencio, me he puesto en su lugar...
Soy enfermera y seguiré siéndolo hasta el último segundo de mi vida. He ayudado, me han enseñado y he compartido. Buen día internacional de la enfermería. Buena noche.

lunes, 2 de mayo de 2016

PREADOLESCENCIA Y HORMONAS

Soy madre y reconozco que me gusta la sensación que producen en mí mis dos "pimpollos". Siempre quise ser madre, incluso sin haberme golpeado la cabeza alguna vez me planteé la posibilidad de ser madre de familia numerosa, pero la vida siempre pone a alguien delante en el momento oportuno y te susurra ¿te has vuelto loca?...
Tengo dos hijos, el mayor está en esa época en la que te preguntas mil veces qué ha pasado con la mili, aquella institución donde "los mandabas niños y volvían hechos unos hombres de provecho". Por lo menos las madres librábamos de ese momento traumático cuando las hormonas transforman a aquel querubín en un ángel del infierno. Llegaban vacunados, más altos y hechos una piltrafa, pero ya nos encargábamos nosotras de volver a mal criarlos otra vez. Pues bien, mi hijo mayor está en esa etapa en la que ya "me quita una cabeza", en la que cuando le riño por algo ni me mira a la cara, sólo deja caer los párpados para demostrarme su cansancio maternal, abraza como si te arrojaran un pulpo vivo al pecho, besa con la mejilla, los labios están reservados para engancharlos en los brakets de "su princesa", lleva a cuestas esa tablet llena de dedos con más grasa que un olivar y no hace más que poner en ella esa música reggaetón, que me horroriza y hace que mis tímpanos chirríen. ¿Te importaría mucho bajar el volumen, cariño mío?. Lo sorprendente es que a pesar de llevar auriculares, de esos con amortiguación, deja una oreja fuera y sé que me escucha, pero no hay contestación ni reacción. Juro ante la constitución que no voy a pagarle la cirugía estética de esa oreja así le quede perpendicular a su sien. 
Mi hijo tiene la mala suerte de sufrir de acné, de que su piel se llene de granos que se infectan una y otra vez, a veces acentuados porque ignoran las palabras de sus madres. Los adolescentes deberían tener unos sensores en las puntas de los dedos que le provocaran una descarga eléctrica cada vez que se tocaran los granos delante del espejo del baño, no digo de alta tensión,sería una asesina, pero sí que les provocara un pequeño calambre cada vez que negasen a sus madre la clara evidencia de que están todo el día dándole que te pego al granito en cuestión. También está en esa bonita edad en la que no puedes quedar con él para nada porque SIEMPRE tiene algo más importante que hacer, que si los colegas, que si un partido, que si ahora no puedo... !coño, ya está bien!, que el día que te parí no te dije "ahora espera bonito, que tengo cosas que hacer y no puedo atenderte", me puse a ello y te traje al mundo, a ese mismo mundo en el que te aprietas los granos, escuchas reaggetón con el volumen altísimo y en el que no te pagaré la cirugía estética de la oreja desviada.
Mi hijo pequeño es la parte pensante del dúo. Es tipo ardilla, mezclado con la insensatez de sus doce años, y aderezado con una genialidad que a veces roza lo peligroso. Es muy ocurrente, de hecho el otro día celebramos que le salió su primer pelo en el mentón como el paso de iniciación a su preadolescencia (señor, dame fuerzas), !!!!casi hacemos una fiesta en el parque de las bolas!!!!. Aún no tiene la rebeldía de su momento "pre", así que puedo aprovechar para achucharlo y besarlo antes de que la hormona loca me despoje de su cariño. Me encanta la sensación de compartir baños y duchas con él, a pesar de que acabamos contracturados porque mi pequeño se mete en la bañera y se despliega ...
Nadie puede decir que no he hecho todo lo posible por ellos, hasta me he tirado por montañas rusas con el vértigo que tengo, tanto que hasta me marea mirar la fila de los botones del ascensor, por dios... He comido hamburguesas-cadáveres de esas de marca americana, he ido al museo del Barça a ver las copas de alpaca que tiene que costar un huevo limpiarlas cuando se llenan de esas manchas amarillentas...,  vale, me estoy quejando, pero he ido y no he hiperventilado, no por lo menos en su presencia...
Me he tirado por toboganes de agua quedándome con medio bikini en el intento, pero lo he hecho, eso demuestra mi valor, "por mis hijos lo que sea, hasta topless si es necesario"...
La verdad es que son mis dos mitades, mis dos motivos, mi vida entera, pero tengo que confesar que echo de menos no haber tenido una hija, una mujer en casa que de vez en cuando te dé la razón, te lleve de compras sin convulsionar y que te cubran esa parte femenina que pierdes al doblar miles de calzoncillos que se multiplican en cada lavadora. A veces me tienen hasta las narices con las únicas conversaciones en las que indefectiblemente tiene que haber la palabra "pelota", cuando sólo se celebran los goles por todo lo alto o cuando te dicen que te calles porque no escuchan el ruido de los motores en la carrera de fórmula uno...
Todo lo que siento lo tengo en ellos, su sonrisa, su ilusión, su alegría,... pero coño, podía haber un poco de calma en sus tormentas hormonales, que una ya está cuesta abajo y necesito el tan merecido descanso, aunque sólo sea el día de la madre.
Buena tarde, o noche, o lo que sea esto.