sábado, 9 de julio de 2016

ESPECIALIDADES MEDICAS

No hay personas que mientan más que los médicos, y no me refiero a que lo hagan con sus diagnósticos, pero sí es cierto que mienten de forma descarada con lo poco molestas que son las pruebas a las que nos someten. Vamos a ver, te vas al Otorrino, ese hombre que explora todos y cada uno de los orificios que tiene tu cabeza. Te recibe con una lámpara de minero colocada en su frente, eso ya da mucho que pensar. Te dice que abras la boca y te mete un palo de madera hasta el mismísimo esófago, que te provoca un reflujo ácido que hace que voluntariamente cierres el esfínter estomacal para no vomitarle allí hasta la primera papilla. Y todo para decirte que la garganta la tienes bien. Coño, pero si no me dolía y ahora la tengo en carne viva por el ácido. Después la trompetita del oído. No duele, tranquilo, y te engancha la oreja y te la sube y te la baja como si fuese independiente al resto de tu cuerpo, te provoca más dolor que tus amigos en el día de tu cumpleaños, y todo para decirte que tienes cera. ¿Coño, que esperabas encontrarte ahí dentro, una perla?. Y por último, las fosas nasales, esas que creen que se pueden estirar hasta el infinito cuando te meten ese material de tortura llamado rinoscopio. Y todo esto con la luz de minero cegándote los ojos durante 15 minutos, rozando la quemadura corneal. Y de ahí te vas al Oftalmólogo, que te echará unas gotitas, sólo un par en cada uno de los ojos, que pican como si te hubiesen untado dos cayenas. Cuando cede el picor, empieza la ceguera. Primero no ves los dedos de tu mano, después no distingues tu codo del codo del paciente vecino, para al final no ver ni las paredes del espacio en dónde esperas pacientemente a quedarte ciego. Y llegada esa situación te avisan para que pases a la consulta 4, te levantas, miras a tu alrededor buscando el perro que te guíe hasta ese salvador espacio, palpas las paredes, tropiezas con el resto de los ciegos de la sala de espera hasta que te das un cabezazo contra una puerta, que se abre tras el empujón y divisas allá a lo lejos el que parece ser el oculista que confirmará tu "invidencia". Te sentará en una silla, que al tacto parece una silla eléctrica, y te calzará en la punta de la nariz unas gafas de 20 kilos, que ajusta hasta que entras en apnea, y así, ciego, anóxico, con cara de panoli, te pone unos cristalitos y te pregunta si ves mejor o peor con cada uno de ellos. Juro por mis huesos que nunca sé que contestar, !!!pero si me has dejado ciega con esas gotas y mi cerebro no recibe ni una triste pompa de oxígeno, coño!!!
Llega el momento del dentista, con estos hay que tener cuidado. Te reciben y te saludan con una sonrisa enseñándote sus dientes perfectos parado demostrarte que serán capaces de ponerte la boca como un collar de perlas. Te tumban en un sillón que parece cómodo, pero realmente adoptas la postura de gamba congelada: sólo apoyas la cabeza y los pies, el resto del cuerpo lo dejas en el aire, por si acaso hay que irse. Con voz dulce te dicen que abras la boca. Te meten un abrebocas, un aspirador de mofletes, unos algodones entre las encías y los dientes, un espejo, un instrumento acabado en punta que rodea tus encías, un poco de aire con agua para irrigar y cuando piensas que ya no puedes tener más aparatos metidos en tu boca, tienes el aspirador arrancando parte de tus mucosas, el agua se te cuela hacia la garganta y estás a punto morir ahogado, va y te pregunta, como si nada, que qué tal en el trabajo. Todos, indefectiblemente te hacen la misma pregunta, se lo enseñan en la facultad en la asignatura de Tortura. Cuantos pacientes habrán muerto ahogados al contestar a esa pregunta... Y si sobrevives, te clavará una aguja en la encía. No puedo evitar el pensar que se le romperá la aguja y tendré metralla metálica para el resto de la vida en mi interior. Y lo peor, pitaré en todos los aeropuertos,supermercados y "chinos" del país. Y para cuando acabe su trabajo, tendrás el labio y la lengua dormida, y te durará tres horas ese efecto, se te caerá la baba y parecerá que en vez de venir del dentista, vienes de "cocerte a copas".
Vayamos al ginecólogo, indescriptible. Pase detrás del biombo, quítese la ropa y túmbese en la camilla. Pero vamos a ver, para que coño tienes el biombo si en un minuto voy a estar como he llegado a este mundo delante de un desconocido que te mirará por el resto de los agujeros que no ha examinado el Otorrino. Pon una pierna aquí, la otra allá, relájate... ¿Este tío pretende que me relaje en serio cuando estoy espatarrada a diez centímetros de su cara, le enseño hasta el carnét de identidad y tiene todo tipo de artilugios en esa mesa de al lado?. Ciertamente creo que el Otorrino y el Ginecólogo son primos hermanos.
Y aún queda el Cirujano. Los más sádicos entre los sádicos. El único orificio que te queda sin examinar es suyo, "su tesooooro". Si te duele el abdomen, si tienes problemas con tus evacuaciones, si te duele la zona lumbar, si sufres de hemorroides, pase lo que te pase, es casi imposible salir de su consulta sin el temido "supertacto rectal". Los Cirujanos tienen una característica anatómica muy importante y temida: tocan todos el piano, de ahí que sus dedos midan el doble que los de una persona normal. Te harán un tacto rectal que te llegará hasta las amígdalas, de ahí la mala relación entre los Cirujanos y los Otorrinos.
Podría seguir, pero quiero que esta noche durmais tranquilos. Buena noche, si podéis.

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