sábado, 23 de enero de 2016

UNA PESADILLA REAL

He pensado cómo lo haría, sin ofensas, sin palabras mal sonantes, sin acritud...
Ante todo decir que soy enfermera vocacional, eso significa que me gusta mi trabajo, cuidar de personas que están pasando un mal momento e intentar acompañarlas en su proceso. Dicho esto, mi historia-pesadilla comienza así:
Hace un mes y medio mi hijo pequeño comenzó con un dolor que le limitaba su vida, su descanso, su normalidad. Después de peregrinar por hospitales buscando un diagnóstico, un tratamiento, buscando profesionales con ganas de ayudar, sólo encontramos a desmotivados que trataron a mi pequeño como si estuviese simulado su dolor para conseguir algún tipo de beneficio como no tener que ir al cole, querer mimos, vamos, básicamente dejarse acribillar sus pequeños brazos tener problemas con una supuesta novia...
Nadie llegaba a verlo con la ternura que transmite un niño de doce años que está sufriendo uno de los peores dolores existentes. Después de múltiples asistencias, ante la persistencia del cuadro clínico durante semanas, acabamos "mendigando ayuda" para el alivio de su tortura en un moderno hospital de Vigo. Allí llegamos con la esperanza de que alguien lo ayudaría, le prometí que habíamos llegado por fin al centro dónde descubrirían la causa, que verían que estaba sufriendo mucho y que se pondrían manos a la obra. Tuvimos la falsa sensación de que ya habíamos llegado al final de un peregrinaje absurdo que nadie entendía. 
He dejado que mi hijo alivie su dolor apretándome las manos, tomando antinflamatorios sin que él lo supiera para que tuviera disponible en ese "apretón de manos" el alivio que no conseguía con sus inútiles y desganadas asistencias. En algunos momentos reconozco haber tocado fondo, muy a mi pesar y le he dicho en alto en múltiples ocasiones "ojalá yo pudiera quitarte el dolor, ojalá que me doliera a mí y no a tí". He tenido que escuchar de boca de mi hijo "mamá no, no quiero que te duela a tí, prefiero tener yo el dolor, prefiero que tú me cuides".
He llorado de impotencia, de miedo, de desesperación, de angustia, de la tristeza que sentía con cada crisis de dolor que sufría mi hijo. Muchas veces me ha preguntaba "¿mamá, me estoy muriendo?, ¿ésto me pasa porque fui malo?, ¿por qué no creen este dolor?...
Y yo no tenía respuestas logicas para sus preguntas, no tenía palabras para responderle, sólo abrazos impotentes y cargados de rabia, mucha rabia ...
No puedo explicar con palabras lo que me dolía por dentro todo, la desesperación que sentía al no poder ayudarlo, las promesas incumplidas de "éste es el último dolor que tendrás", la sensación que me produjeron de  acuchillarme mientras les pedía ayuda, sin importarles lo más mínimo la angustia que me superaba cada vez más. 
Mendigué asistencia para mi hijo en este moderno hospital, creí que lo ayudarían, que le pondrían un nombre a su enfermedad y saldríamos de allí con un tratamiento que haría que mi hijo volviera a tener una vida normal. Pero no, estaba completamente equivocada, allí tampoco sería dónde encontraría el alivio. Mi esperanzada era un sueño y metí a mi hijo en una auténtica ratonera, y lo peor de todo era que sentía que había fallado a mi hijo otra vez, que mi promesa se había convertido nuevamente en humo. 
Ingresó en el servicio de Pediatría, allí dónde esperas que lo recibieran como lo que era, un niño asustado, con un dolor insoportable que no ha buscado ni merecido, buscando en aquel servicio la respuesta a lo que estaba ocurriendo, esperando encontrar a personas que lo ayudaran, qué ilusa fui. 
No fué así, desde el primer día lo trataron como un farsante porque no gritaba, porque no adoptaba la posición corporal que ellos creían que debía poner, porque su dolor lo intentaba controlar con la respiración, porque era un niño resignado, porque su sonrisa entre dolor y dolor no era valorada como la sonrisa limpia de un niño, allí lo interpretaron como un mentiroso que se retorcía porque su madre estaba absolutamente ciega y no veía la ganancia que su hijo conseguía fingiendo eso dolor inexistente. 
Yo conozco a mi hijo, lo he llevado dentro, lo he parido y convivo día a día con él, sé cuando está felíz y cuando está mal, y juro por mi vida que jamás lo había visto así . Pués bien, en aquel servicio tanto mi hijo como yo tuvimos que demostrar a unos incrédulos  "profesionales" con una interconsulta que yo misma solicité que mi hijo no mentía y que su dolor era real, tan real que no me explico como no se volvió loco. Y así quedó demostrado en aquel informe que mi hijo no mentía, ni manipulaba, que "a mí hijo le dolía su dolor", que todo aquel tormento era real.
Ese dolor de mi hijo comenzaba de forma aguda en cualquier momento y cedía en unos minutos de forma brusca, en esos momentos de calma, mi hijo disfrutaba de su "no dolor" como lo haría cualquier niño de su edad, con una sonrisa de calma, jugando con mis dedos o abrazándome mientras me decía "ya está mamá, ya pasó, que no vuelva más". 
Una de esos días de ingreso, caminábamos los dos por delante del control de enfermería, dónde había personal sentado t delante de los ordenadores, cuándo de pronto comenzó el dolor agudo. Se abrazó a mí, se retorcía de pie, yo intentaba agarrarlo para que no se cayera, le decía que pronto pasaría mientras tragaba lágrimas de bilis mirando hacia el control. Nadie, NADIE se levantó a ayudarnos, simplemente observaban la situación desde el otro lado del mostrador, parecía maldito toril. Yo las miraba mientras mi hijo se encogía de dolor, les pedía ayuda con la mirada, pensaba "por favor ignorarme a mí, a él no, ayudadlo". Ni un movimiento de auxilio, ni un gesto de empatía, ni una palabra de ayuda, sólo miradas juzgando a una madre y a un hijo que se derrumban al mismo tiempo con un dolor  incomprensible...
Alguien se acercó a nosotros, se presentó como Tere, enfermera de nutrición y abrazó a mi hijo preguntándonos qué le ocurría, animándole con voz suave a llegar hasta la habitación y diciéndole que pronto pasaría, que lo ayudaría, que lo aliviaría. Se me llenaron  los ojos de lágrimas, le di las gracias, por fín alguien "nos veía", después de un mes siendo invisibles. Me giré hacia el control, las miré a cada una de ellas y tragué las lágrimas que ellas deseaban ver como señal de debilidad. Jamás me han visto llorar, no les di el gusto de ver mi debilidad. No volví a mirar hacia el control, ni a sonreír, ni a dar las gracias, ni a respirar cuando me cruzaba con las que supuestamente erancompañeras de profesión. Estuvimos sobreviviendo en un ambiente hostil, y así continué incluso después de que aquel informe confirmara el dolor real de mi hijo. He maldecido mi profesión por momentos, me he sentido abandonada por mi propio gremio, nos han juzgado injustamente, han "disfrutado" del control al que nos sometían día a día, y no lo supongo, lo sé porque además de sentirlo, sé lo redactado por esas mentes enfermas en la historia clínica de mi pequeño, cada palabra escrita en su contra, cada frase con la que se han atrevido a juzgarnos sin molestarse en ningún momento en pensar el daño que estaban sumando a una desesperación absoluta. 
No perdono, no olvido, jamás lo haré porque lo han hecho por no tener un criterio propio, por no darle a mi hijo una posibilidad de credibilidad, hicieron daño prolongado en el tiempo, sin el más mínimo signo de bondad ni empatía hacia un niño que estaba sufriendo, y por supuesto, sin justificación alguna a una actitud de desprecio absoluto.
Dos personas, una auxiliar y un pediatra me sirvieron de válvula de escape al destrozo emocional, implicándose a espaldas de sus compañeros, lo sé, eso es media valentía. Sólo ellos le hablaban y le hacían reír, yo los miraba desde el sillón emocionada y agradecida. Dr. Ruiz y Duly, gracias por ser personas y tener un criterio propio. A los demás, aún habiendo pasado una de las peores experiencias de mí vida, os deseo que nunca os cruceis a profesionales como vosotros sois, que no os encontréis nunca en la misma situación, que vuestros hijos crezcan sanos y protegidos, que nunca sintáis el desgate físico y psicológico que habéis provocado en mi familia, sin sentido y sin merecerlo. Sabed que, aún habiendo tratado a mi hijo con una indiferencia injusta y cruel, siguiéndole el juego a un par de pediatras desalmados e ignorantes, sí ignorantes, cumpliendo órdenes que carecían de la más mínima humanidad, sin querer ver el daño que estabais provocando a un niño, sirviendo a las hienas con sus falsas teorías, si en algún momento ingresarais vosotras o algún familiar en mi servicio, os trataría con absoluta corrección, con la empatía y el respeto que me merece cualquier paciente, jamás repetiría lo que vosotros habéis hecho con mi hijo y el resto de su familia.
No pienso callar la experiencia, sirva para que cada uno se reconozca en mis palabras y animo a que todo paciente que sufra una situación similar por parte del personal encargado de vuestros cuidados, por justicia y por el bien de vuestras familias, los denunciéis. Buena noche.
   

1 comentario:

  1. Trato injustificado buscando el desgaste psicológico. Falta total de vocación. Asalariadas que buscan el final del mes. Se creen mas inteligentes que los pacientes y acompañantes cuando realmente no engañan a nadie, eso si muy interesadas en conseguir apoyos para sus luchas personales

    ResponderEliminar