Sé que hay alguien esperando que te escriba y sé que se lo debo, así que ahí vamos.
Para ti, Auri.
Debo confesarte una cosa, durante un tiempo te llamé Agripina (empezamos fuerte), no por relacionarte con nadie en concreto sino porque nunca recordaba como era tu nombre familiar. Tu hijo me corregía una y otra vez con una paciencia infinita, "Auritinaaaaa" repetía como si yo lo hiciera a propósito, nunca fue así, te lo aseguro.
Recuerdo cuando salía de clase y pasaba por vuestra casa para recoger a tu hijo. Siempre apuraba un cigarro antes de llegar al portal y subía hasta el noveno exhalando el aire para no oler a tabaco, como si con treinta y pico años tuviera que justificar mi pequeño vicio, como si el olor a tabaco desapareciera por quedarme asfixiada en algún piso por debajo del vuestro. Siempre llegaba tarde y os daba los besos correspondientes con su hola para cada uno, uno para a Choni y otro para ti. Os recuerdo a los dos sentados cada uno en vuestro sillón y con las piernas tapadas con el tapete de la mesa camilla que escondía el calor de un brasero. Me gusta recordar esa imagen, me transmite mucha paz.
Nunca vi que pusieras una mala cara, jamás una mala contestación a nadie, sólo alguna mueca hacia Margarita, que parecía ver sólo a Choni en aquella casa. La verdad es que era un poco de película sesentera, y me refiero al servilismo hacia "el señor" por parte de Margarita y tu gesto contenido para no tensionar la situación. En más de una ocasión me mordí la lengua, si ella quería ver a un señor, también tenía que haber visto a su lado a una señora que se cuidó muy mucho y durante muchos años, de tratarla como si fuera de la familia, sin distinciones. Y mordiéndose la lengua más que yo incluso...
Recuerdo cuando Choni enfermó y te pasaste todo el tiempo a su lado en el hospital. Estabas siempre sentada pegada a él en aquel sofá de polipiel, día y noche sin descanso. No venías a casa, no querías que nadie se turnara contigo para acompañarlo en aquellos días tristes, querías aprovechar cada segundo con él y así lo hiciste hasta el día en que se fue para siempre. Sabiendo la proximidad del triste desenlace, era la noticia que nadie queríamos escuchar. Choni se moría mientras en mi abdomen crecía un hermoso bebé, y con las hormonas alborotadas, llegó la triste noticia, y te vi llorar por primera vez ya sin el amor de tu vida. Recuerdo su entierro, muchas lágrimas y un silencio terriblemente respetuoso, como fue él en vida. Se había ido una gran persona.
Los siguientes meses sirvieron para reordenar la vida, recuerdo que te quedaste con sus gafas a las que les faltaba una patilla, perdida en sabe Dios que momento. Me hacía gracia la naturalidad con la que te las ponías, siempre cojas de un lado para hacer los crucigramas, siempre torcidas por esa cojera heredada. Compartimos risas con esas gafas durante años a las que ni tan siquieran le cambiaste los cristales, quizás por intentar ver a través de sus ojos. Siempre decías que no estaban tan mal, sin patilla y con una graduación que no era la tuya, pero eran sus gafas, y con eso era más que suficiente.
Recuerdo tardes en tu casa viendo fotografías de hace muchos años, fotografías color sepia con los bordes en sierra, de todos los tamaños y preguntándome si reconocía a éste o al otro, y yo que tengo mucha memoria a largo plazo, a veces acertaba a la primera. Me acuerdo en concreto de una fotografía que sacaste de una caja y apoyaste boca abajo en tu pecho, como si quisieras abrazarla y resguardarla. Dijiste, como si de un juego se tratara; ¿a qué no sabes quién es esta niña?. La fotografía estaba hecha en un campo de fútbol, en una grada y en ella había un señor con bigote, traje y sombrero sentado. Reconocí con sorpresa a Choni cuando era joven y a su lado, había sentada una niña que no logré adivinar quién era. Tú te echaste a reír y con un tono de alegre orgullo me dijiste: "soy yo, fíjate que no nos conocíamos y nos sacaron una foto juntos siendo yo una niña y él un señor". Tus ojos brillaban llenos de amor, creo que brillaron siempre, desde ese día hasta el último de tu vida. Jamás he conocido a ninguna pareja tan enamorada...
Pasaron los años y "adoptaste" su sofá, sus gafas sin patilla, sus medicamentos caducados con las cajas en las que había escrito a bolígrafo para qué era cada uno de los fármacos, y el frasco de runquinquina, del que me atreví a sospechar que no te deshacías de el porque su olor te devolvía al presente el amor de tu vida. Te imaginaba abriendo la botella a escondidas en el baño y oliéndo su recuerdo...
Pasaron los años y pasaron muchas cosas en las familias. Yo perdí a parte de los míos, a mi amiga, y mi hijo pequeño, perdió su salud. Yo estaba muy asustada, agotada, estábamos solos, sin que nadie nos echara una mano y viendo como mi familia se desintegraba poco a poco. Toda mi ayuda a los demás durante años se quedó en alguna llamada de teléfono, en la que se nos deseaba mucha fuerza y mucho ánimo, sin adivinar que los deseos no curan, la ayuda era lo que necesitábamos y no buenas palabras . Me dolió y quizás fue el motivo de cierta separación Auri, pero siempre sabía de ti. Llegaron más enfermedades para todos, para todos. Volví a estar ahí de nuevo hasta que también me tocó enfermar y tuve que dejar de cuidar para empezar a cuidarme. Quizás por la forma en la que llevo las cosas, no entendisteis el por qué me desvinculé de vosotros en ciertos momentos, pero créeme, fue necesario para coger aire y seguir luchando por vivir.
Siempre fuiste Auri, siempre estuve cerca de ti, eras una mujer prudente y respetuosa. Recuerdo que abrías los ojos y mirabas con un gesto de bondad absoluta, hasta que sonreía y tu cara se relajaba con sosiego. Me encantaba esa expresión de complicidad. No olvidaré nunca la última conversación que tuve contigo cuando ya estabas mal; te hice una pregunta mirándo tu cara y la afirmaste con lágrimas en los ojos. Era tan fácil comprenderte...
Ese día te di un beso en la frente y fue el último día que dijiste mi nombre cómo sólo tú lo hacías. El siguiente beso te lo mandé por tu hijo, me aseguré que te lo diera. Fue mi último beso, me hubiese gustado dártelo yo, llegué tarde...
Hace casi dos meses que te fuiste y me atrevo a decir que todos te echamos de menos. Todos hemos salido perdiendo con tu marcha, pero me quedo con todo lo bueno que has dejado aquí. Hablo por mi boca, pero también hablo por Guille y Gabri, sé todo lo que te echan de menos. Por cierto, tus plantas están repartidas entre dos casas en las que siempre se te recordará de forma entrañable y no dudes que cuidaremos de ellas con el mismo mimo con el que tú lo hacías. En cierto modo, vives entre nosotros y te cuidaremos hasta el final. Gracias por haber formado parte de mi vida, por dejarme pertenecer a la tuya. Siempre te echaré de menos. Vuela alto, Auri. Te quiero.
Buena noche.