miércoles, 30 de diciembre de 2015

NO LO OLVIDES EN NAVIDAD

Qué bonito descubrir en la Navidad, ese periodo de falsa paz, amor rancio, besos babosos, cenas precursoras de la tercera guerra mundial, deseos mentirosos, felicitaciones hipócritas, abrazos calcificados, vinos envenenados..., que cuando necesitas ayuda, eres más que transparente.
Aún recuerdo cuando mis padres me decían: " si no eres buena, los Reyes Magos, que todo lo ven y todo lo saben, no te traerán tus regalos". Y ciertamente, esa frase lapidante me convertía en la niña más buena del mundo, más que blancanieves si cabe, más que la Madre Teresa de Calcuta. Vamos, que si hacía falta, vendía mi alma al diablo por conseguir aquella "Pepa" a la que se le pegaba la cara con trozos de fieltro. Me hubiese vuelta monjita de las misiones para demostrarles a aquellos tres que venían en camello que era la niña más buena del planeta.
Reconozco que en esa época donde creía en la bondad humana, disfrutaba de las fiestas.Me gustaba aquella mesa que preparaba mi tía, hoy envejecida y delicada como sus copas de cristal. Aquella casa olía a comida rica y diferente, fuentes por todos lados, calor humano del de verdad, del que te abraza, turrones de navidad, de los que te partías un diente si osabas morderlo golosamente, mi tío liando sus pitillos en la mecedora, mis primos, eran los mayores de aquel clan de chiquillos que corrían por el suelo de madera y mi tía nos avisaba que subiría Esther a reñirnos porque le temblaban las lámparas con nuestras carreras. Nunca entendí porque el peso de un niño o sus carreras movían los pilares de un edificio. Y sigo sin entenderlo, pero bueno.
Volviendo al tema, era una época bonita en la que creías fielmente en los deseos de la gente, en que los abrazos eran reconfortantes, en la que los favores se cumplían mágicamente, en la que la ayuda se ofrecía sin intereses anticipados, en la que cuando un familiar tenía un problema se vendía lo que fuera para ayudarlo, en la que cuando alguien sufría se avisaba al médico de la familia y en nada lo tenías a pié de tu cama si no curándote, intentando el consuelo.
Hoy, ni rastro de lo de antaño. Es como si hubiese sido un sueño, algo obligado al olvido. Hoy somos como hormigas, caminamos por la calle reconociéndonos como humanos, a ser posible con la mirada perdida en el horizonte para nublar la visión directa, saludando a los conocidos con un murmullo indescriptible, pero procurando interaccionar lo mínimo como mucho, o nada, lo deseable.
Estos dáis no son buenos para mi hijo. Estamos acostumbrándonos a no buscar ayuda, a ser autosuficientes, a que pedir socorro se convierta en algo extremo, sólo cuando el agua ha superado el nivel de tu cabeza. Hay momentos en los que tú mismo reconoces las limitaciones. Pues bueno, mi hijo ha necesitado, necesita y necesitará en los proximos días la ayuda de cierto tipo de profesionales no prescindibles. No prescindibles significa que si yo pudiera prescindir de ellos y solucionar todos los problemas de mis hijos, no me llamaría mamá, me llamaría DIOS.
Pues al grano, algunos de estos profesionales, cuando los problemas, el dolor, la angustia y el miedo no les toca su propia médula desarrollan una capacidad cuasi cómica de separación de sus "clientes" altamente dañina. El igual, el ser humano que tienen de frente se vuelve invisible, inaudible, increible, antipático, molesto, incordiante... alguien que viene a romper su sagrado descanso, a retrasar su cena, a interrumpir su guardia de paz, a quebrar su viciado equilibrio... da igual que se retuerza sin piedad durante semanas, que se haya acostumbrado al dolor, que siga manteniendo una triste sonrisa en su rostro,  que sea un niño...
!!!!!QUE SEA UN NIÑO, MALDITA SEA, UN NIÑO!!!!!. Ya está dicho. Me importa un bledo la ofensa, la crítica, que alguien de la profesión se sienta ofendido, ME IM POR TA UN BLE DO.
Soy sanitaria, de esas que cogen manos, abrazan si hace falta, acaricio, consuelo, comparto, empatizo,  sonrio, soluciono, hago favores si están a mi alcance, ayudo, consulto, facilito. Y mi hijo lleva veinte días encontrándose indiferencia, pasotismo, miradas al suelo, se ha vuelto transparente, no lo ven, no lo sienten, no lo escuchan, no les genera la ternura de un niño que sufre, no les funciona el sistema límbico, esa parte del cerebro que controla las emociones y motivaciones,  la necesidad de ayudar a los iguales, no les enternece un niño que sufre ni en Navidad...
Estoy enfadada con mis iguales, esos tan diferentes, tan despegados, tan despersonalizados.
Al resto, feliz navidad. Y buena noche. Y buena suerte.


jueves, 10 de diciembre de 2015

Y SIN EMBARGO, ME GUSTA

Aquella mañana decidí lo que iba a estudiar, lo que quería ser, a lo que quería llegar. Y me costó, pero lo hice. Decidí trabajar en el mundo sanitario, que aunque suena como una entrega y aunque casi te encuadra en el mundo del altruismo, tiene sus aristas cortantes.
Trabajo en un servicio de urgencias y me gusta. Claro que a supermán también le gustaba volar...
Hace dos días tuvimos una noche de esas en las que cuando acabas no tienes ganas de hablar, sólo ves en tus compañeros bostezos, te da igual  tu aspecto y llevar los ojos abiertos al salir del turno es toda una proeza. Cansados no sería la palabra correcta, sería algo más contundente, agotados, al límite, consumidos...
Pués bien, cansa el esfuerzo físico, pero más el psíquico, una parte que la mayoría de las veces ignora el usuario. Cuando entramos en cada turno tenemos que hacer el paseillo por el servicio para llegar a la sala de personal, ese paraíso donde los pacientes piensan que nos "repanchingamos " a tomar café todo el día. Siento decirles que eso es físicamente imposible por las dimensiones de dicha sala, que exactamente mide 9 m2, ocupados por un armario, dos sillones ajados por su uso, un mesado y una mesita central, como la que usted tiene delante de la televisión en su hogar. Y ese espacio lo compartimos 13 personas, con lo cual si hago cálculos disfrutamos aproximadamente de 60 cm2 por persona. Ya ven, imposible sentarse. Pués eso, nos ven pasar con nuestras bolsas, y en alguna ocasión hemos escuchado: "ahí van, tartas, pasteles, hoy tienen fiesta". Y seguramente la tendremos, pero no del tipo  que usted cree.
Comienza el turno, vamos, dame el cambio. Aquello no es una carpeta de cambio, aquello es la lista de candidatos al Congreso... es imposible que todos esos pacientes estén en el servicio, estoy empezando a pensar que han habilitado las rotondas de la entrada como hospital de campaña. Y nada más llegar, todo el mundo te pregunta si tardarán mucho los resultados, que si lo van a llevar a hacer la placa, que llevan horas esperando al internista, que la camilla es muy incómoda, que si yo sin almohada no puedo estar, que ... y a esas alturas, sabiendo que sólo llevas unos minutos en el servicio, ya te has mordido la lengua en varias ocasiones.
Voy a coger una vía al Box 3 izquierda, amablemente invitas al acompañante a esperar en la sala de espera mientras realizas tu trabajo explicándoles que el espacio es muy reducido y necesitas moverte libremente. Ni se levanta, y pienso: "quizás no me ha oído". Lo repito en tono un poco más alto, él te mira, pero no responde. Autista pienso, hasta que me dice: "sé mis derechos" en tono muy poco amigable, puñetero pienso. Y allí intento hacer mi trabajo, pasándole el carro del electro por encima de los pies, golpeándolo con el carro de curas, haciéndole sujetar la papelera llena de restos... siempre acaban saliendo a fumar un cigarro, aunque no fumen. Me da igual...
Le preguntas al paciente cómo se encuentra y recibes una tos en toda la cara. No hablan, sólo saben demostrar. Y las tos es amable, ni contar quiero cuando acuden con aerofagia o con su abdomen repleto de gases, eso roza lo denunciable. Tampoco disfruto mucho de aquellos pacientes que te dicen: "me dan mucho miedo las vías" y tú les das una mano para que no sientan temor, y ahí comienza lo difícil. Ellos no te soltarán la mano, realmente piensan que se la has regalado, te la apretarán hasta la isquemia, sus uñas quedarán marcadas para siempre jamás y mientras, con tu mano libre abrirás paquetes de gasas, colocarás el compresor, cogerás la vía, harás la analítica..., eso sí, con una sola mano, la otra la has perdido para siempre... muchás veces he pensado en reconvertirme a acróbata.
Y ya de vuelta al control, alguien te para por el pasillo para plantarte en la cara un bote lleno de material verdoso y preguntarte si con esa cantidad de esputo llega o si sigue llenándolo. Cojo el bote y cierro los ojos, no quiero verlo, me da igual si son verdes o azules.. Llego a mi puesto y me siento para registrar en la hoja del paciente mi labor, y siempre oyes por lo bajini, "vesssssss, todo el día sentadas". Podría levantar la mirada, podría encararme, podría decirle cuatro cosas, pero no, prefiero la ignorancia del cobarde.
Suena el timbre del vital, es prioritaria la atención en dicho box, dejas lo que estás haciendo y te diriges allí al galope. Y siempre hay alguna mala baba que dice: "ves, lo que te dije, es el timbre del café, ahí van todos a la sala". Tengo que dejar de tomar café, me están entrando muchas ganas de asesinar...
Y mientras atiendes la emergencia, siempre hay algún descerebrado que aprovecha que sales de la sala de críticos para preguntarte si van a tardar mucho en atenderlo, que su hijo tiene un cumple y que no llega... Os juro que mil veces he estado tentada a decir: "Siiiiii mujer, cuando acabemos de reanimar a su madre ya le atendemos para que el niño llegue al cumpleaños felízzzz"...
Llega una madre muy nerviosa preguntando por su hijo, le han avisado que estaba en el servicio porque se encontraba "un poco mal". El niño se ha corrido una juerga de porrillos y alcohol con sus 16 añitos. La madre se arroja a su cuello, lo besa, le acaricia la frente y le pregunta: ¿quién fue el desgraciado que te ha hecho esto?. A estas alturas ya nada me sorprende, no tengo ganas de contestarle, me da igual, solo piendo que si es mi hijo lo escoño. Qué diferentes somos...
Nunca piensas en las horas que han pasado, sólo piensas en las que te quedan. A medida que pasa el tiempo eres como un fuelle que pierde aire, físicamente es duro, psíquicamente es agotador. Y si acabas el turno sin la oferta de un sopapo por parte de algún troglodita, date por salvada.
Los que trabajamos en los servicios de urgencias somos absolutamente vocacionales, nos gusta este trabajo, nos enfrentamos a situaciones críticas, tenemos la capacidad de centrar nuestros esfuerzos en salvar una vida sin ver caras, ni razas, ni creencias, sólo vidas humanas. Pero también sentimos, tenemos miedo, familiares que nos necesitan, nosotros enfermamos, nuestros hijos vomitan, tosen y tienen fiebre como los suyos, me gustaría pasar la navidad con mis amores, un fin de semana sin trabajar, celebrar el cumpleaños con los míos...
Somos humanos como vosotros, sentimos, lloramos, nos agobiamos, necesitamos estar con los que nos aman, también hemos perdido familia, echamos de menos...¿Me entiendes?. Buena noche.


sábado, 5 de diciembre de 2015

CARTA DE AMOR DE UN VIEJO

Fué una mañana de esas en las que buscaba y acabé encontrando aquello que me volvió a provocar unos sentimientos que había olvidado hace tiempo. Aquella carpeta estaba llena de pasado, de historias que se habían perdido en el tiempo, de frases que ya no tenían dueño. Allí en medio, entre tanta palabra rancia, aquella carta que tantas veces había leido en mi adolescencia y que ahora, muchos años después, cobraba más significado, quizás por conocer de más el sentimiento de pérdida. Y decía así:
" Querida Julia: no sabes lo solo que me has dejado. Sin el apoyo de tu brazo, mi andar es inseguro y vacilante. Cuando voy paseando por el parque arrastrando los pies, a veces oigo que dicen por lo bajo !pobre viejo!, pero yo me sonrío, ellos que saben, !pobre viejo!. ¿Por qué?. He vivido más años de los que quizás ellos vivan, he sufrido y he amado como quizás ellos no amarán nunca, pero sobre todo, te he tenido a tí.
¿Sabes qué ayer quisieron quitarme nuestra cama?, dicen que en una pequeña estaría mejor, pero me opuse firmemente, me puse como un loco y dijeron !chocheces de viejo!, pero ellos no saben que nuestra cama es lo último que quisiera perder, pues es el puente que me une a mis recuerdos. En una palabra, es mi mundo.
Cuando a veces me acuesto aún me parece que siento el calor de tu cuerpo y si me doy una vuelta y me roza la sábana, me parece que es tu mano la que acaricia mi frente. Y a veces me despierto en mitad de la noche y me quedo asustado de que no estés allí, hasta que me doy cuenta de que tú me has dejado, que me estás esperando, hasta que Dios quiera llevarme contigo.
Ellos sólo ven una cama grande, una cama vieja, con un pobre viejo que se pierde en ella, pero no comprenden que en ella estás tú. En ella fuiste mía por primera vez, nacieron nuestros hijos y te cerré los ojos, y aunque ahora estoy solo, si cierro yo los míos, el recuerdo de las noches de amor que pasamos juntos llena ahora el vacío y la soledad que me rodea.
A veces, cuando no me ve nadie, me levanto de puntillas y sin hacer ruido saco un camisón tuyo que tengo escondido en el fondo de un cajón y lo extiendo en la cama a mi lado y duermo tranquilo y feliz, pues ya no estoy solo, pero a la mañana siguiente tengo que volver a esconderlo, sin que nadie lo vea, como si fuese un pecado, pues dirían que estoy loco.
Y es que con el paso de los años te das cuenta de lo que tú me decías y yo entonces no entendía. Qué no es la pasión que es flor de un día, es la compañía lo que se añora. !Si te pudiera rodear con mis brazos y apretarte contra mi corazón, aunque no dijeras nada!.
Julia, ahora ya soy un viejo y la gracia es que ya no me importa reconocerlo. Hasta ahora era un joven de setenta años. Me interesaba por el mundo que me rodeaba y los achaques de la edad no podían conmigo. Tenía un espíritu joven aunque mi cara estuviese surcada por arrugas, pero ahora, desde que tú me dejaste, estoy derrotado, vencido, ya no me interesa nada, porque éste ya no es mi mundo, ya casi no nos quedan amigos ni parientes, pues poco a poco, todos se han ido yendo y en esta nueva generación yo ya no tengo sitio.
Quieren tirar la cama y no saben que es el único sitio en el que no me da miedo la muerte, pues acostado en ella pienso que he sido afortunado, pues como dice el Evangelio he conocido a mis hijos y a los hijos de mis hijos hasta la tercera generación. Mi vida ha sido una vida plena. Creo en Dios, y creo en la otra vida, pues en ella sé que voy a encontrarte".
Esta carta fue escrita por Fernando, un anciano residente en un Centro de la Tercera Edad de Valencia, en el que vivía con su esposa Julia hasta el fallecimiento de ésta. Tal fue la pena y la soledad sentida, que decidió escribirle esta "carta de amor" en la que expresó por primera vez la tristeza por su pérdida. Pasado el tiempo y la vida, alguien encontró entre sus papeles el escrito y decidió publicarlo en una revista de Gerontología. Hace unos treinta años, un amigo me entregó dicho artículo, a sabiendas de la tormenta de sentimientos que generaría en mí. Hoy al redescubrirla entre unos escritos, me ha generado la misma ternura de antaño y por eso necesito compartir con vosotros esta sensación. Espero que os emocione tanto como a mí. Buena noche.